El mismo diario que desde hace meses cada semana regala una nueva cátedra pontificando sobre periodismo, medios digitales y comunicación social, publicó hace poco una nota realmente deprimente.
Acompañada de una fotografía de mala calidad, como si en vez de un diario serio fuese un blog de diletantes, la crónica informaba de un acontecimiento que, al mal juicio del atolondrado autor, dizque puso en peligro la vida del público presente.
Pese a la foto, no figuraba la identidad del propietario del aparato, ningún secreto aquí ni allá. El diario alegaba desconocer si había autorización oficial.
Y así por el estilo, era más lo que confesaba o impostaba ignorar que lo que informaba. ¡A nadie preguntaron nada!
El veneno, por invocada ignorancia, era atribuir ilegalidad, peligrosa temeridad, misterio e imprudencia, a algo perfectamente legal, prudente y respetuoso de la mejor civilidad, por individuos inequívocamente identificados y conocidos, todo lo cual ese diario pudo haber establecido simplemente preguntando antes de publicar su bodrio. Echar cananas tan estúpidamente debería avergonzar hasta a periodistas vagabundos…