Poder, redes sociales y terror

Poder, redes sociales y terror

Poder, redes sociales y terror

Si bien es cierto que el uso libre del Internet está erosionando el poder de las instituciones, no menos cierto es que el fundamento de la democracia también reside en la libertad ciudadana de opinión, reunión e información, y que el buen funcionamiento de las instituciones democráticas es una garantía para la preservación de la libertad.

El libre acceso a la información que nos deparan los tiempos actuales es una arma de doble filo: podría contribuir a la eliminación de regímenes totalitarios, pero también, a dinamitar el proceso de consolidación de la democracia. Es decir, la libertad de acceso democrático a las redes sociales no equivale, necesariamente, a generar una ética de la responsabilidad individual.

Tener acceso libre a los medios digitales no conduce a alcanzar la democratización de la sociedad. He aquí los riesgos de la trampa de la libertad.

No debemos confundir la libertad individual para violar la privacidad individual, institucional o estatal, en nombre de la democracia, que la libertad conducente a la desestabilización de un “statu quo” de un régimen elegido democráticamente. Los “hackeos” alegres de terroristas de la información podrían contribuir a la destrucción del estado de derecho, legítimamente constituido.

Los fanáticos de las redes, ociosos de la privacidad, olvidan, irresponsablemente, que atentar contra un régimen constitucional podría conducir – o degenerar- a la ingobernabilidad, pues como dice Daniel Innerarity: “A veces, peor que un estado autoritario es uno fallido”.

Y estamos viendo que el poder de las redes sociales, ante un Estado débil, puede desencadenar el caos y la anarquía.

Lo cierto es que, la masificación del Internet contribuyó a darle un giro a la forma de hacer política y al arte de gobernar, impensables para la época de Maquiavelo o Aristóteles, Hitler o Gengis Kan.

El riesgo de ataques a los sistemas informáticos de las instituciones y las empresas es una amenaza latente, que podría transformarse en una nueva manera de un conflicto bélico del siglo XXI.

Ya no una guerra atómica, nuclear o bacteriológica, sino una guerra virtual, entre las redes informáticas, es decir, una guerra on line de internautas de la comunicación y la información.

La lucha por el poder habrá pues de transformarse entre las potencias políticas, en un mundo cada vez más tecnológico y virtual. Sería algo así como una guerra de poderes de información, en la que no habría sangre derramada: ni muertos ni heridos.

Cierto que el Internet nos ha facilitado la vida y hecho más leve y placentera la existencia; en una palabra: más fácil, pero también, crea un estado de confianza y seguridad, y he ahí su vulnerabilidad para ser objeto de sabotajes e interferencias perversas.

Nos facilita el ejercicio de la crítica, tan sana y vital para la salud democrática y la movilización ciudadana. Permite la práctica del derecho de opinión y el disenso, pero nos expone al albedrío de la violación de nuestra individualidad privada.

Así pues, el uso del Internet nos libera, y a la vez, como es natural, nos condena; nos puede, a un tiempo, emancipar y autodestruir.

Como se ve, todo lo que inventamos para ser más libres y vivir con más practicidad conlleva la posibilidad de nuestra autodestrucción individual y colectiva.

Por ejemplo, el carro nos libera y hace felices, pero también mata, como ha sido usado por los terroristas yihadistas de los últimos tiempos en Europa.

El auto satisfizo una necesidad, pero se ha convertido, de una máquina de transporte, en una máquina de muerte. En resumen, gobernar hoy, y mantenerse en el poder, se ha transformado en un arte de equilibristas.



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