Los hechos han puesto nueva vez en evidencia la crónica ingratitud de las “élites” y de los senadores haitianos, así como su vocación de saboteadores sistematizados de todo lo que sea iniciativa de solidaridad entre su país y el nuestro.
Ahora alegan que las donaciones enviadas por RD constituyen una invasión de productos cuya importación, vía terrestre, está prohibida allá en Haití.
Y reclaman, además, la inmediata expulsión de allí de los pocos militares dominicanos que custodian el transporte y la entrega de dichos donativos.
Desde el momento en que “élites” y senadores haitianos coinciden en tan bajunos agravios, es lógico pensar en que entre ellos hay concierto de intereses y que no les importa el daño que hacen a su pueblo.
Esos son, al parecer, los sectores beneficiarios de las importaciones vía aérea y vía marítima de las mismas mercancías que entraban a Haití vía terrestre con más prontitud y a menores precios.
Pero esto no les conviene a tales sectores, pues la prohibición es uno de sus negocios, y este les reporta millonarios beneficios no solo a ellos sino también a sus políticos y paniaguados.
Puede pensarse igualmente que la actitud de los negociantes de Haití no es solo de rechazo a las donaciones enviadas desde RD, sino que también envuelve bastante de un “choteo” que, dicho sea de paso, los dominicanos lo tenemos bien merecido, pues si un desvalido invade nuestra casa y se mueve en ella casi a su antojo, sin que nos inmutemos ni le reprendamos sino que, lejos de eso, nos dediquemos a expresarle nuestros grandes “agradecimientos” (no se sabe por qué), lo menos que puede esperarse de dicho desvalido es la burla, el escarnio y el desaire que solo anidan en almas liliputienses como las suyas.
Que Dios bendiga al pueblo de Haití y castigue a sus malos hijos.