Pobre arcoiris

Pobre arcoiris

Pobre arcoiris

Padre Luis Rosario

El arcoíris, que deja boquiabiertos a quienes lo contemplan por su hermosura, está siendo utilizado, en forma de bandera, como símbolo del “orgullo” gay o lésbico.

La llamada “comunidad LGBT” lo popularizó, en forma de bandera, después de 1978, siendo su ideólogo el estadounidense Gilbert Baker.

Los temas de la esterilización, difusión de preservativos, aborto y matrimonio de homosexuales forman parte de un paquete de acciones para el control de la natalidad de moderno corte colonialista.

Los países ricos, hoy amenazados por las migraciones, están hartos de los pobres. Después de haberlos explotado hasta sacarles el jugo; ahora tratan de lavarles el cerebro para convencerlos de que esa es la forma de disfrutar de la sexualidad sin riesgo. Para eso se invierte dinero, muchísimo más del que se utiliza para contrarrestar el hambre y la pobreza. Se presentan también paradigmas de inconductas sexuales y se negocia con los gobiernos la implementación de políticas públicas a través de leyes contrarias a la dignidad humana.

Se vende la idea también de que las posiciones de los credos religiosos son frutos de tabúes y que ya la sociedad ha crecido suficientemente para no dejarse llevar por esos anacronismos conceptuales en torno a la sexualidad.

El peligro de que en República Dominicana se apruebe legalmente el matrimonio gay es real, a pesar de lo establecido en el Artículo 55 de la Constitución, que reconoce que el matrimonio es una decisión de un hombre y una mujer.

En efecto los recientes acontecimientos, tanto en torno al tema del aborto en el promulgado Código Penal, como en lo relativo a la reelección, así como el protagonismo militante de la legación diplomática de los Estados Unidos en tal sentido, nos hace vislumbrar lo peor.

Creo que antes de hacer un juicio de valor desde el punto de vista cristiano, es necesario analizar este fenómeno desde una óptica humana y de la razón.

En efecto, una de las tácticas de quienes defienden el aborto y el “matrimonio de homosexuales” es objetar la intervención de los cristianos y de las iglesias en estos asuntos de Estado. Consideran que las iglesias pueden exigir lo que quieran a sus miembros, pero de ninguna manera están facultadas para solicitarles a los ciudadanos que cumplan con sus postulados internos.

Es importante que la sociedad se convenza de que este no es un problema religioso, sino de valoración humana y de capacidad racional bien utilizada. La fe lo que aporta es, sobre todo, mayor convencimiento y perseverancia para luchar por unos valores que están bien establecidos en la Biblia.

Quienes defienden el aborto y el “matrimonio de homosexuales” deben demostrarnos que lo que argumentan es razonable e incluso científicamente aceptable.

Ahí es que se les hace difícil lograr conclusiones convincentes. Convencernos de que el aborto y el “matrimonio de homosexuales” es algo normal, aceptable y con vocación a la legalidad, es algo cuesta arriba y a todas luces imposible.

Uno puede comprender, tolerar, y hasta respetar la situación de dos hombres o dos mujeres que, por la razón que sea, se dediquen a tener un tipo de “unión sexual”, incluso con carácter de permanencia en el tiempo; pero elevar esta situación a un estado de aceptación legal constituye una escandalosa “cualquierización” del matrimonio, del Estado, de la misma ley y de los valores a todos los niveles (humano, educativo, ético) del matrimonio y la familia.

Si se enfoca la situación desde una óptica cristiana, es obvio que habría que romper muchas páginas de la Biblia para poder justificar esta forma de vida.

Ya la situación de la sociedad dominicana en torno al matrimonio y la familia es grave. Este nuevo ingrediente le pondría la tapa al pomo y no quedaría otra solución que no fuera la contenida en la expresión popular: “Apaga y vámonos”. Todo se derrumba, pero como camina el mundo mucha gente se ha acostumbrado a vivir como un disparate la vida.

La sociedad dominicana está en un estado de mucha vulnerabilidad en lo que se refiere a la aprobación del matrimonio gay, debido sobre todo al cuadro internacional de los países ricos que quieren vender la idea de desarrollo y modernismo también en esta materia.

Nuestro país no cuenta tampoco con el apoyo de las autoridades, sobre todo el Poder Ejecutivo y el Congreso que ya se dejaron torcer el brazo en el tema del aborto y que, de seguro, en este asunto, terminarán siendo más complacientes y coqueteros.

La sociedad, consciente del valor del matrimonio y la familia, debe abrir los ojos y canalizar sus reclamos para que se respeten estas instituciones que son la base de la vida social y sin las cuales todo se deteriora.

Esta problemática ha reportado, sin embargo, un gran beneficio, que al mismo tiempo ofrece cierta garantía de respuesta adecuada a las maniobras de quienes no creen en el matrimonio y la familia. Se trata de la respuesta cada vez más compacta y consciente de las iglesias evangélicas y de la Iglesia católica.

Claro está que el hecho de que se rechace ese tipo de proyecto no significa que a las personas que están en esa situación haya que discriminarlas, irrespetarlas o no mirarlas con ojos de misericordia y compasión.
Hay que devolverle al arcoíris su hermosura y que la luz de la razón y de la fe ilumine nuevamente al matrimonio y a la familia.



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