No lo digo yo. Lo dice su máximo líder, Danilo Medina. El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) pasó de ser un partido de cuadros a una organización cuyos militantes solo se movilizaban si le daban dinero.
Se transformaron en una especie de mercenarios de la política que chantajeaban a su propio partido, conscientes de que había abundancia de recursos gracias a la corrupción de unos dirigentes que eran al mismo tiempo altos funcionarios del gobierno.
Para que no se me pongan guapitos mis amigos peledeístas, recordemos que originariamente los mercenarios eran soldados de la Antigua Grecia o del Imperio Romano a quienes contrataban para vigilar una mercancía (de ahí su etimología).
Dado que generalmente percibían un salario relativamente bajo, en muchas ocasiones se robaban algo de lo que estaban custodiando, o simplemente abandonaban a sus patrones para trabajar con otro que les pagaba más.
“Cuando no había mercancías que custodiar se enrolaban como asalariados en el ejército (propio o de otro país) y cobraban por luchar» (Alfred López). Es decir, se movían por dinero, no por convicción ni principios.
De igual modo, en el PLD de los últimos 16 años, el militante abnegado de la era de Juan Bosch, cuando estaba vivo y lúcido, fue relegado y su lugar pasó a ser ocupado por mercenarios de la política, que aún dentro del propio partido se vendían a mejor postor, “el que firmaba los decretos y repartía sobrecitos (con dinero)” y en tiempo de campaña al que repartía “la logística”.
Aquel partido organizado, cuyos activistas nacionales eran capaces de sacrificar estudios, familia, comodidades y hasta el desarrollo personal, con el tiempo fue convertido en una organización donde lo más importante no eran los principios, la ideología, ni mucho menos el bien colectivo, sino el enriquecimiento de un grupo de cuadros que gracias a las posiciones en el gobierno se convirtieron en una casta de millonarios de esos que Juan Bosch llamaba “tutumpotes».
Pero como en todo proceso dialéctico, ese modelo de partido traía en sus entrañas el germen de su propia destrucción.
La ambición de poder y la codicia hicieron que gente con gran experiencia política de repente perdieran el juicio y con ello el gobierno, la mayoría de los ayuntamientos y el control del Congreso, a pesar de haber hecho “la campaña más cara de la historia dominicana», como admitió amargamente el artífice de aquella perversa estrategia.
En un audio que se hizo viral la semana pasada, se escucha a un Danilo Medina frustrado, que les enrostra a los dirigentes peledeístas su insaciable sed de cargos y dinero.
Les reclama que iban a pedirle que les nombraran familiares aquí y allá, pero ni por un segundo se autocritica por haber nombrado en cargos buenos a sus hermanos, sobrinos, cuñados y hasta los yernos. Finalmente, él mismo concluye que un partido que solo se mueve por dinero no merecía seguir en el poder. Y tiene razón.
(Tampoco merece volver). Corresponde ahora a quienes gobiernan asimilar la experiencia del PLD para no repetir aquellos errores. La clave está en poner el interés colectivo por encima de intereses individuales o de pequeños grupos ambiciosos. Y que no se olvide que el pueblo votó por un cambio.