Plática íntima con la virtud
Por el cinema multicolor de nuestros sueños pasan historias maravillosas. Se sueñan tantas cosas. No podemos controlar las fantasías que ruedan por el carretel indómito de nuestros sueños. Proyectados a color se aprecian mucho mejor.
Sueño que despierto frente a la virtud y charlo con ella brevemente. La miro y caigo en cuenta que no la conocía.
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Le pregunto quién eres. Nota mi perturbación y me sosiega. Su tono, reconfortante como de madre amorosa; sus efectos, inmediatos; un derroche de gratificante frescura instantánea que salpica en el alma. Me habla de la enorme muchedumbre que sigue engañada doquier por hábiles impostoras que con sutiles sigilos usurpan su nombre inmaculado. ¡Oh, Virtud!
Me entrega un manojo de interrogantes cuyas respuestas quedan suspendidas en las cuerdas pendulares de mi conciencia. Penetrantes todas. Escritas en letras doradas, están en un pliego carmesí que puso dentro de un sobre celeste.
Deleita soñar a color. Unas cuantas, me dice, las dejaré a cargo de tus meditaciones, para que formulándotelas una y otra vez sepas diferenciarme de las falsas virtudes si acaso estas intentaran confundirte de nuevo.
De inicio me invita a reflexionar sobre la caridad. Me cuestiona si creo practicarla dando solo al menesteroso lo que ya no necesito o deseo. Comienzo a pensar.
Luego me pregunta qué benevolencia intuyo tener, si tras enseñorearse en mí la gula es que mitigo el hambre del mendigo. Reflexiono un poco más.
¿En qué rincón de tu alma –prosigue– habita la magnanimidad, dando al infortunado un mendrugo mientras le niegas el arado que hincharía de trigo su costal? ¿O acaso entiendes que con tu canasta rebosando de peces corpulentos, vive en ti la generosidad por cederle unos cuantos, aunque no le pases la vara ni le muestres el sendero de los ríos repletos de ejemplares robustos?
Me inquiere si detecto algún acto humanitario repartiendo solo las migajas del pan que sale a diario recién tostado de mi horno; si acaso tengo por gallardía consentir que las plantas de mis pies sean el techo de quienes socorro. ¿Concibes por desprendimiento regalar los frutos que vencen en tu alacena?
¿Qué interpretas por compasión si solo imaginas un payaso en la comedia obligada del indigente? ¿Qué disciernes por solidaridad si la tragedia del huérfano sin ilusiones no te conmueve?
¿Qué idea de bondad te has forjado, si te limitas a comunicar lo que sabes pero nunca enseñas la forma de aprender? ¿Tomas por humildad acompañar al encorvado mientras te pavoneas por andar erguido a su lado? ¿Cuál es tu sentido de altruismo si al limosnero que no puede ver la luz das tus monedas pero le dejas la venda que se la impide? ¿De qué vale tu obra bienhechora si tu mayor satisfacción es el reconocimiento que te agencias?
¿En qué nicho de tu conciencia se hospeda la dignidad, si exaltas por conveniencia a quien crees no merecerlo? ¿Dónde late tu don de grandeza si te creces en la abundancia pero te derrumbas en las carencias?
¿En qué parte de tu alma reina la modestia si sobrestimas siempre tus propios méritos mientras menosprecias los que prendes en otros? ¿Consideras que la nobleza brilla en ti si nunca te disculpas con el agraviado de tus errores? ¿En qué parte de tu ser campea la honestidad creyéndote merecer más de lo justo?
¿En qué surco de tu propio yo domina la justicia pretendiendo menos para los que cosechan igual o más que tú? La grandeza mora en quienes nunca hurtan los sueños ajenos. Sentencia el mensaje final. El bullicio citadino mortifica devolviendo la vigilia. ¡Oh, virtud!
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