Fui seguidor entusiasta de Caius Apicius, el enciclopédico cronista gastronómico de EFE, Cristino Álvarez.
Ayer al desayunar y maravillarme ante la perfección de las yemas de tres minutos, recordé sus apologías sobre los frutos de la gallina y volví a extrañarlo. ¡Y recién me enteré: el gran Caius falleció hace dos años! Creí haberlo perdido de vista por la transición de leer la prensa impresa a ver los diarios por Internet.
Grandes chefs lamentaron su deceso; tenía apenas 70 años. No sólo reivindicaba la cocina tradicional, sino que destacaba la sabiduría culinaria de los platos de mesa de pobres, esos que la nueva cocina con sus recetas milimétricas o argumentos de alquimia disfraza para presentarlos como cosa nueva.
Fue, primero, reportero y pasó de cubrir cuestiones políticas a dar cátedra periodística sobre gastronomía, la buena mesa y frecuentes destellos de erudición al contextualizar los platos en sus orígenes culturales, especialmente los de su Galicia natal.
No tengo a quien darle mi pésame más que con este desahogo. ¡Vale Caius, suscipere angelos!