“Periodista, periodista, eso no es a mí…es al cargo, al cargo”

“Periodista, periodista, eso no es a mí…es al cargo, al cargo”

“Periodista, periodista, eso no es a mí…es al cargo, al cargo”

La designación de una persona en un cargo público de jerarquía da la “extraña impresión” de que éste se ha “casado con la gloria”. No siempre es así. Hay posiciones en la administración pública que vienen cargadas de premiaciones y otras de muchos trabajos y sacrificios.

Además de elevados sueldos, proliferan los cargos en el que el incumbente goza de buenas dietas, gastos de representación, vehículos con sus respectivos choferes, seguridad y otros privilegios. La mayoría de las veces esos beneficios que otorga el cargo son merecidos por los niveles de compromisos que entrañan las posiciones a desempeñar. Pero lo malo de todo eso, es que también esa mayoría se la agencia para garantizarse beneficios extras a “costilla” del erario público y de los servicios que debe prestar la institución que dirige.

Se ha postulado que los emolumentos del cargo público deben ser cónsono con los niveles de compromisos, sacrificios y riesgos como garantía de buena gestión y optima práctica administrativa. Eso es lo ideal. La realidad, empero, “pinta otra cosa”. Se ha dado el caso de administradores que “confunden” los cargos públicos con sus haciendas personales y actúan en consonancia, a un punto tal que se manejan en las instituciones como si estuvieran en sus propias casas.

La experiencia acumulada de más de 30 años laborando en la administración pública me permite hacer balance de una infinita diversidad de vivencias, algunas de las cuales son motivos de reflexiones y otras de vagos recuerdos.

En una oportunidad estuve en el despacho de un funcionario a quien realizaría una entrevista periodística. Como estaba muy atareado y tenía interés en ofrecerme declaraciones que estimó importantes, me solicitó que esperara en lo que él despachaba con sus asistentes. Me tenía suficiente confianza como para permitirme permanecer en su despacho mientras él realizaba sus funciones. En eso le llamó su señora.

-“Señor, le llama su señora”, dijo una asistente.

–“Pasa la llamada”, respondió. -“Tome la línea cuatro señor”, prosiguió la auxiliar.

El afanoso servidor público cogió su llamada, y sin reparar en mi presencia, comenzó a hablar con su señora. Escuché cuando ésta le comunicó que se había dañado la nevera y que había que repararla.

–“Tranquila, voy a enviar a uno de mis asistentes para que la lleven a reparar”.
Media hora después ya iniciada la entrevista, llamó de nuevo la mujer del incumbente:

-“Gracias mi amor por la nevera, esta es más grande y hermosa, casi no cabía por la puerta”.

-“Pero yo no te he enviado ninguna nevera”, expresó extrañado el funcionario. El diligente asistente aclaró de inmediato la situación: -“No, Señor, esa nevera se la enviaron de la fábrica, de parte de su amigo Cesáreo que le había prometido hacerle un regalo”. –“Yo le llamé para cotizar una nevera, le expliqué la situación y él envió esa como regalo para su esposa”.

En principio quedó algo confundido, pero tras reaccionar soltó una risotada: -“! Qué bien! ¡Qué bien! llámame a Cesáreo para darle las gracias”, expresó mientras me comentaba, sotorriéndose: -“Esas son de las cosas de estos cargos…”.

Pero ocurrió que el funcionario era un ente clave en la entonces Secretaría de Industria y Comercio, y Cesáreo un ejecutivo de alto nivel de la fábrica de equipos de refrigeración, especialmente neveras. Las decisiones del funcionario incidían directamente en el negocio del fabricante, en tanto éste necesitaba de la Secretaría para la expedición de permisos y autorizaciones para importación de insumos de producción. Ahí, entonces, cabría la pregunta ¿El regalo de la nevera fue por una simple amistad?

Al agotar labores por más de tres décadas en diferentes instituciones públicas, uno se hace merecedor del acopio de experiencias interesantes, algunas casi increíbles. Pero lo que viví como una constante en mis lugares de trabajo fue ver como en los entornos de los altos ejecutivos se arremolinan unos personajes que tenían como principal misión halagar al incumbente o “jefe” de turno.

El cumpleaños de un alto ejecutivo resultaba algo que suscitaba sensaciones diversas, desde la admiración, el cariño que mostraban, la terneza, los acercamientos y expresiones efusivas de aprecio.

Los regalos y llamadas de felicitaciones llegan a raudales, tanto de empleados como de relacionados externos.

Las celebraciones incluían fiestas, corte de bizcochos, cantarle cumpleaños feliz y otras demostraciones de apego emocional, algunas hechas con sinceridad, pero otras eran visibles expresiones de oportunismo o más bien condicionamientos para la petición de ascensos y aumentos de sueldos.

Es muy socorrida la anécdota que se atribuye al general Lilís que relata que siendo éste presidente lo visitó un amigo para llevarle un regalo, la escultura de un pequeño cañón de bronce, el cual colocó en el escritorio apuntando hacia el mandatario. Lilís, que gozaba de un ingenio natural para las bromas, le dijo al amigo que tenga cuidado que ese cañón dispara. Éste, azorado, le respondió:

-“No general, eso es un adorno, no dispara…”.

-“Sí dispara, dispara, dispara”, respondió el gobernante.

Luego de las conversaciones, el visitante le dijo a Lilís que había ido a visitarlo para que le consiga un trabajo.

-“Usted ve, se lo dije, se lo dije, ese cañón dispara; ya comenzó a disparar…”.

En una oportunidad laboré como encargado de la oficina de prensa y relaciones públicas del Banco Agrícola, en la gestión del ingeniero Radhamés Rodríguez Valerio, reputado profesional de la agropecuaria que Dios quiso se marchara a destiempo de este mundo. No me referiré ahora a las improntas de su administración, que desde mi punto de vista fueron buenas, partiendo de que yo era el relacionador público de la institución.
Rodríguez Valerio era un hombre de mucho carisma personal, quien llegó a tratarle terminó apreciándolo. Era muy franco y decidido. Había labrado un liderazgo en el sector agropecuario en los gobiernos del otrora poderoso Partido Revolucionario Dominicano (PRD) al lado del ex presidente Hipólito Mejía.

Los cumpleaños de este incumbente eran dignos de apreciarse, se celebraban por lo alto, unas veces con mariachi, tríos y otras veces con cantantes solistas. Una de esas celebraciones, esta vez con un formidable trío y una cantante solista, organizada por una activa y eficiente funcionaria de la dirección de Recursos Humanos, tuvo lugar en el pequeño lobby del edificio de la institución.

En el pequeño lugar las zalamerías y las parafernalias bullían en medio de hermosos globos y helio de diversos colores, banderines, ilumina, luces, decorados y carteles, boas y flecos, guirnaldas y colgantes que completaban con cestas y cajas.

La alegría y las espontáneas expresiones de compañerismo laboral brotaban por doquier, en tanto el cumpleañero, ubicado en un cómodo lugar de la fiesta, disfrutaba aquella inusitada muestra de cariño del personal de la institución. Me regocijaba con una copa de vino en esta entrañable celebración cuando observo que Rodríguez Valerio me hace una seña para que me acerque a él, quería decirme algo. Pensé de inmediato en la asignación de un trabajo, lo cual calculé, me cortaría de cuajo ese fugaz ratito de esparcimiento:

-“Periodista, periodista, tú ves todos esos festejos, toda esa parafernalia, no es a mí, es al cargo”, me susurró al oído el funcionario, y a seguidas agregó:

-“Tú ves a esas personas, cuando salga de estas funciones algunos ni siquiera me querrán saludar”.

Moraleja: Los funcionarios de esta y otras gestiones tienen que verse en ese espejo para luego no chocar con esa triste realidad y se depriman. ¡Eso es al cargo, amigo, es al cargo! En tanto, disfrútelo al máximo que es un bello y muchas veces irrepetible momento.

*El autor es periodista



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