Los medios de comunicación, incluyendo los medios periodísticos, tienen en la publicidad una de sus principales fuentes de ingreso. Ofrecen a los interesados acceso al público, el cual obtienen de manera fundamental por la calidad de sus contenidos y el uso de las plataformas por las cuales transmiten sus contenidos.
Hasta ahí todo se entiende.
La distorsión comienza cuando entidades o personas públicas y privadas pagan para manipular contenidos, fingir simpatías, torcer opiniones y hasta para difamar a terceros. A los que se prestan a esa praxis la picardía del dominicano los ha bautizado como “bocinas”.
En esa acción hay quien paga y quien cobra. También están los que aspiran a cobrar o, dicho de otra manera, son aspirantes a bocinas.
La situación más crítica es cuando esa práctica se fomenta desde el Estado, porque los fondos que se usan para financiarla salen de los contribuyentes.
El más afectado ha sido el periodismo, pues aunque la inmensa mayoría de los que se dedican a eso no son periodistas, por el simple hecho de utilizar medios de comunicación de masas la gente los asume como tales.
Algunos, cuya cara dura no les llega a tanto como para autodenominarse “periodistas”, acogen el mote de “comunicadores”, como si eso fuera una profesión y no una condición intrínseca del ser humano.
Hay quienes han decidido “corporativizar” la manipulación y ofrecen paquetes que incluyen “bocinas”, «influencers» en las redes sociales, «bots» para generar tendencias y «escritores» para publicar artículos.
Esos son llamados “estrategas” y facturan decenas de millones de pesos al año a entes públicos y privados.
Puedo afirmar a boca llena que en las redacciones, donde se ejerce el reporterismo, esa practica escasea. No quiere decir que las líneas editoriales sean ajenas a asumir posturas.
Note también que en el periodismo de opinión, en el que se tolera el sesgo ideológico, hasta las manipulaciones las hacen respetando la técnica periodística.
Los abogados, politólogos, economistas, médicos, ingenieros o simplemente “busca vidas” que se enquistan en medios de comunicación suelen ser los más activos en el “bocinazgo” y sobre ellos recae una buena parte de la culpa de desprestigiar una profesión que no es la suya.
El Colegio Dominicano de Periodistas debería encabezar esfuerzos para que la población distinga quién es periodista y quién no lo es, abordar desde la academia el tema de la ética y desnudar a los que atentan contra el buen nombre de este oficio.
Pero también el Colegio tiene en su listado de miembros cientos de “usurpadores” y ha mostrado poco interés en depurar.
Termino recordando una expresión que se le atribuye a la extinta periodista Elsa Expósito haberle dicho a una a una abogada que era jueza: “¿Usted puede ser periodista, pero yo no puedo ser jueza?”
Quienes viven de este oficio tienen la obligación de ayudar a separar la paja del trigo para que la gente distinga quien es periodista y quien es otro cosa, aunque utilice los medios o las redes sociales para divulgar lo que quiera.