En el siglo XXI, las relaciones de poder han cambiado mucho, especialmente en el último lustro bajo el influjo de la posverdad, en la que se juega con lo que se considera la verdad emotiva, creando situaciones en las que muchos hechos no se corresponden, exactamente, con la realidad de que se trate.
En la perspectiva del filósofo francés Michel Foucault, existe una microfísica del poder, posibilitando que este fluya.
Hoy una empresa como AirBnB controla parte de la renta de viviendas en el mundo, sin poseer una; de la misma manera hace Uber con el servicio de taxis a nivel mundo. Indudablemente que son nuevas formas de poder nunca vistas en el devenir de la humanidad.
Ante esta situación, la existencia de un periodismo exigente, que procure siempre la verdad de los hechos, se erigirse en un mecanismo de contrapeso del poder, independientemente de su origen o capacidad de maniobra.
Hay que reconocer que medios de comunicación han jugado un rol determinante en la colocación del imaginario social de las “verdades del poder”.
Estos instrumentos, desde el siglo XVIII han sustituido, de manera sistemática a las iglesias como suministradores de la narrativa hegemónica, promovidas a partir de esquemas preconcebidos en las esferas de poder.
Durante la primera mitad del siglo XX, los escritores británicos Aldous Huxley y George Orwell expresaron sus temores, con visiones hacia el porvenir, acerca de que la verdad resultara manipulada o cambiada en su esencia.
Huxley, filósofo y escritor, que emigró desde joven a Estados Unidos, lo hizo en su obra “Un mundo feliz”, y Orwell en la novela política de ficción “1984”.
Ambos formulan serias críticas en ese sentido, que ameritan ser valoradas a la luz de lo que ocurre en la actualidad.
El autor de “Un mundo feliz” llamó la atención en torno a la posibilidad de que la verdad quedara ahogada en un océano de insignificancias, y que el deseo de conocimiento fuera reprimido; en tanto, en 1949, dos décadas después, Orwell revela que le asustaba la idea de que la misma terminara oculta debido a la influencia de poderes de control totalitario.
En estos tiempos, el economista y politólogo venezolano Moisés Naím, en la exitosa obra “El fin del poder”, indica que “el poder en el siglo XXI es más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder”.
A pesar del vertiginoso desarrollo tecnológico experimentado en las últimas décadas y a la incursión de las redes sociales, los medios de comunicación tradicionales conservan un enorme poder, que radica en que siguen siendo los que colocan los principales temas de las “agendas” públicas, a nivel de todo el planeta.
El hecho de que, prácticamente, se obligue a todos los sectores sociales a adoptar esas “agendas”, de alguna manera disminuye el impacto de las redes sociales como factor estrella en las relaciones de poder, a través del uso intensivo de la comunicación digital.
En el 1972, los investigadores Maxwell McCombs y Donald Shaw abordaron a profundidad el tema de lo que posteriormente denominarían Agenda Settig, en la que establecieron el poder de los medios de comunicación de masas de dirigir la atención de la opinión pública hacia ciertas cuestiones particulares, que ellos presentan como las más sobresalientes y problemáticas en cada momento.
Todo esto implica que, para lograr el contrapeso frente a los antiguos y nuevos poderes, se va a requerir de un periodismo honesto, que procure, al menos, la verdad posible en un mundo matizado por fuertes intereses económicos y políticos.