Las cosas demasiadas veces ocurren como no queremos. Y eso, en muchas ocasiones, desequilibra todo nuestro mundo. La verdadera clave de todo esto es cómo reaccionamos ante ello y qué decidimos hacer.
Muchas veces todo se trata de expectativas. Creamos en nuestra mente una serie de ideas, metas, sueños, planes tan perfectos que cuando no ocurren así no estamos preparados para aceptarlo. Y qué decir si en ese proceso idealizamos a alguien, entonces nada tiene sentido cuando la realidad se aleja de esa imagen que hemos creado en nuestra mente.
Nos enseñan lo que es el triunfo. Nos dicen que todo es posible si realmente se quiere. Pero nadie nos enseña a ser los perfectos fracasados y eso, al final, ocurre con más frecuencia de la deseada. Creo firmemente que el carácter se forma con más intensidad cuando tienes que resolver algo que cuando algo se da fácil. Es cuando realmente aprendes a valorar las cosas, a entender que en ocasiones hay que retirarse, en otras aceptar que no has logrado lo que querías, pero verlo como parte de lo que eres, alguien imperfecto y no pasa nada por eso.
Nos bombardean constantemente con consignas de perfección y cuando nos miramos en el espejo nos damos cuenta que estamos lejos de alcanzarlas.
Y lo mejor de todo esto es que no pasa nada. Si logramos conocernos, aceptarnos, elegir nuestras batallas y sobre todo seguir hacia delante cuando algo no sea como queremos, creo que habremos logrado alcanzar ese grado de madurez, necesaria para saber que la vida te da tantas oportunidades como seas capaz de manejar.
Unas exitosas, otras no tantas, pero al final te formarán como persona y eso es lo que debe quedar, lo demás seguirá desequilibrando tu mundo, anclándote en un lugar y, sobre todo, haciéndote infeliz.