Pensar y opinar

Siempre he dicho lo que pienso. Para muchos es un defecto, para otros una virtud. En ocasiones me ha metido en problemas, en otras ha sido para bien. Así me educaron, y así crío a mi hijo. Eso sí, elijo cuándo hacerlo y cuándo permanecer callada.

Hace poco alguien de quien valoro su opinión me dijo: qué bueno que existen voces discordantes como la tuya, con criterio. Esto ante una decisión en la que fui la única que no apoyó algo frente a una mayoría. No les diré si tenía o no razón (la tuve). Lo que quiero transmitir es que no debemos dejarnos arrastrar por lo que dicen otros por no crear enfrentamiento, por encajar, por ser aceptados.

Siempre que estemos seguros de algo, que lo analicemos y lo argumentemos hay que decir lo que uno piensa. De igual forma hay que tener la humildad suficiente para reconocer cuando uno se equivoca, pero es mejor equivocarse que permanecer callado.

Me mantengo aprendiendo, preguntando, tratando de entender las cosas para tener un conocimiento y poder dar mi opinión. No creo saberlo todo, solo trato de aportar y no simplemente seguir a quien dice tener la razón por eso de la ley del mínimo esfuerzo o pensar que es mejor que otros resuelvan las cosas.

Me enseñaron a no quedarme sentada esperando a que las cosas pasen, a ser capaz de aportar y actuar. Por eso no impongo lo que pienso, pero tampoco permito que otros lo hagan y me mantengo firme defiendiendo mi postura si estoy totalmente convencida de ella.

Por ello hay muchas puertas que quizá no se me han abierto, pero les aseguro que aquellas que he cruzado me han traído mucha satisfacción y saber que soy fiel a lo que pienso. Y eso no tiene comparación.