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Pensamientos y resabios

Pensamientos y resabios
José Mármol

Pienso: el progreso llegó a pie a mi ciudad. Paradójicamente, nos ha obsequiado la modernidad de un metro. A veces se mueve por el subsuelo.

Otras, sube brillante a la superficie.

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He llegado hoy a la estación de los perplejos. Esa, desde donde ves pasar a los que van a ninguna parte y a los que han llegado de ningún lugar.

Estoy, pues, en la estación del metro de mi propia existencia. Bajarme en ella o seguir da lo mismo. La perplejidad es el último de mis modos de asombro.

Digo: los humanos somos hechura del temor y lo siniestro: el Génesis, el Apocalipsis, el Talmud, la Thora, el Libro de los Muertos, el rito de la Cohoba, el Ramayana, el Salmo 23, el poema Piedra de sol, el otro poema Cementerio marino… Los grandes deshielos nos reafirman.

La pérdida de Sócrates y Giordano Bruno, el incendio en la Biblioteca Mayor de Alejandría, los Rollos del Mar Muerto, los pétreos enunciados de Lascaux…

El pantalón vaquero, las invasiones de los hunos y los otros, las osadías de Edison, Gutenberg y Graham Bell… La explosión y el fuego de Hiroshima, el escape mortífero de Chernobil, el Holocausto, la Intifada, la televisión por cable, la Coca Cola, el emparedado, el té de cundeamor con noticias de Internet…

La burocracia posmoderna, la magia negra, el curandero de San Juan de la Maguana que no pisó jamás tierra del Amazonas, en fin…

Medito: evito la retórica religiosa que a Dios ornamenta y disfraza. Reafirmo la vida; adoro el paisaje campestre y el mar; creo en la ternura de las bestias y en la inteligencia humana. Alabo a Dios por la profundidad y belleza de los actos y las cosas sencillas. Aspiro a hablar con él y reclamarle su permisividad ante el dolor y la maldad de este mundo.

Dudo: la moral no es lo mismo que la ética. Es, en cambio, más coercitiva y rígida, más dogmática y fideísta. Es, en efecto, la moralidad y no la ética lo que reclaman los reptantes y epígonos de la depravación, el cohecho, la descomposición social y la cultura de la muerte.

Es la moral, por imposible y dúctil, por santurrona y cerúlea, y no los rigores de la ética personal y social, lo que gritan a voz en cuello los farsantes de toda laya. ¡Ética es sociedad! ¡Ética o muerte! ¿Venceremos?

Protesto: nunca, como en la posmodernidad y en estos tiempos, se invirtió tanto dinero y gastaron tantas estrategias para mantener la ignorancia en pie, sofisticarla y sacralizarla.

La ignorancia es ahora compatible con la educación (que no es ya enseñanza), el bienestar, la fe, la imagen digital, las campañas políticas y el porvenir. Pan (el de la barbarie) y circo (el de la impunidad) es la nueva consigna. Dichosos los normales, esos seres extraños, presagió el poeta Fernández Retamar.

¿Qué pensar? ¿Qué hacer? ¿Acaso ignorar aun más? ¿Acaso resistir? Prefiero morir en las filas de los que resisten la avalancha del mal, la ceguera y la indecencia.

Denuncio: el estruendo matinal de la Zona Cero en Nueva York; el polvorín de odio en Afganistán; el resentimiento judaico y la obcecación arábiga; la demagogia tiránica de Cuba y la humillación colonial boricua; la carnicería de asombro y estupor en Irak; los atentados terroristas en Europa no son más que un reflejo de la degradación humana, que ve en su propia destrucción un espectáculo estético de lo abominable; sobre todo, un espectáculo informativo.
Concluyo: no hay siquiera un trecho de la meditación al dolor. Pensar es ponerse a tiro de la mezquindad.

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