Peña Gómez :in memorian

Peña Gómez :in memorian

Peña Gómez :in memorian

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. En estos días cálidos y secos nos hemos reencontrado con el doctor José Francisco Peña Gómez. Si miramos atrás, si colocamos en una balanza su trascendencia, es probable que nos arrope una desconcertante tristeza.

Me han llegado noticias sobre los homenajes que programaron en su memoria sus admiradores, seguidores y partidarios. De nuestra parte, hemos acudido a un monumento levantado en su honor aquí, en Managua, con la intención de sembrar flores y rosas y reparar los daños que provoca el ambiente y el paso del tiempo.

Es una tarea pendiente situar su figura, su paso por la historia nacional, en sus justas dimensiones. José Francisco Peña Gómez es irrepetible.

De estar vivo se puede tener la absoluta certeza de que estaría en primera fila enarbolando como siempre lo hizo las demandas de los pobres, los oprimidos y los abandonados.

Gracias a que como periodista daba seguimiento a sus actividades, tuve la oportunidad de tratarlo muy de cerca. Nacido de las entrañas mismas del pueblo, salvado milagrosamente de la muerte desde su difícil y compleja infancia, poseía un verbo y una intuición sorprendentes, en capacidad de interpretar el sentir y los anhelos de amplios sectores de la sociedad dominicana.

Enfrentó, desde su nacimiento mismo, peligros mortales. Nunca desertó de sus ideas, ni de sus esfuerzos por el rescate de las mayorías de su postración social y económica.

Su voz grave aún se escucha entre los dirigentes políticos enviados desde el exilio por el entonces Partido Revolucionario Dominicano en el 1961, ahora mismo convertido en una sombra, tras la muerte violenta de Trujillo, y exigiendo su lugar en primera fila en la lucha por la libertad y la democracia.

Seguimos escuchando su arenga memorable cuando llamó al pueblo “a lanzarse a las calles” en el 1965 para enfrentar a los usurpadores y golpistas y restablecer el gobierno constitucional de Juan Bosch derrocado en septiembre del 1963, un episodio determinante en los inicios de la insurrección de abril que arrojó miles de muertos y una gran destrucción.

Peña Gómez era un líder extraordinario y un sólido muro de contención ante los desmanes. Si las oscuras manifestaciones del periodo 1966-1978, la represión, el crimen, la corrupción y las injusticias no arroparon la República Dominicana hasta extremos inconcebibles fue, en su medida, por el sacrificio de numerosos mártires entre ellos el doctor Manuel Aurelio Tavarez Justo, la prédica del profesor Bosch y el ascendiente de Peña Gómez cuyo verbo era capaz de provocar una respuesta multitudinaria del pueblo.

Su honestidad era incuestionable. No le interesaban el lujo ni la riqueza. Vivió y murió humildemente, porque en su corazón no anidaban los deleznables y escandalosos apetitos tan habituales. Abrió las puertas a todos, y a quienes lo maltrataron e injuriaron los perdonó públicamente mientras a él lo devastaba la enfermedad y el sufrimiento.

Gracias a sus iniciativas, los países de la «Internacional Socialista» hicieron causa común con los dominicanos en la lucha para que se respetaran los derechos del pueblo.

Su acercamiento a los denominados “liberales de Washington” impidió un mayor derramamiento de sangre y la continuidad, aunque con sus conocidas carencias, de la democracia existente hoy día en la República Dominicana.