El piloto maniobra con precisión milimétrica, ajustando la nave entre dos imponentes picos de más de 5.000 metros de altura. El suelo parece acercarse a una velocidad vertiginosa, pero la pista aún no está a la vista. Pasajeros inquietos clavan sus manos en los reposabrazos, conteniendo la respiración. Finalmente, cuando parece que el avión está a punto de desaparecer en el horizonte montañoso, el asfalto emerge brevemente entre el valle. Cuando toca tierra suavemente, estallan los aplausos tras unos segundos de tensión contenida. No es un aterrizaje común; es una hazaña en uno de los aeropuertos más desafiantes del planeta: Paro International Airport, en el reino montañoso de Bután.
Este aeropuerto, rodeado de la majestuosa cordillera del Himalaya, es famoso no solo por su belleza, sino por las dificultades técnicas que presenta. Los pilotos deben realizar todo el aterrizaje manualmente, confiando únicamente en sus ojos y experiencia, sin radar que los guíe.
Pero lo que realmente llama la atención de Paro es que solo unos 50 pilotos en el mundo están calificados para enfrentarse a este reto, y cada aterrizaje es una mezcla perfecta de nervios de acero y habilidad.
Chimi Dorji, capitán de Druk Air, la aerolínea nacional de Bután, es uno de esos pilotos privilegiados. Con 25 años de experiencia en los cielos de su país, desmitifica el peligro percibido. “Es desafiante, pero no peligroso. Si lo fuera, no estaría volando”, comenta con calma. Sin embargo, la realidad es que un pequeño error en este escenario podría tener consecuencias desastrosas.
Un descenso entre gigantes de piedra
Las aeronaves que vuelan a Paro deben seguir una serie de puntos de referencia visuales para completar el aterrizaje, maniobrando en ángulos pronunciados y descensos rápidos. Druk Air y Bhutan Airlines, las dos únicas aerolíneas que operan vuelos comerciales hacia este aeropuerto, confían principalmente en el Airbus A319, un avión lo suficientemente pequeño y ágil para enfrentarse a las condiciones extremas del lugar.
“Aquí no puedes confiar en los instrumentos como en otros aeropuertos”, explica Dorji, quien puntualiza; “Todo es manual, puro instinto y experiencia”.
Además, los vuelos solo están permitidos durante el día, cuando las condiciones de visibilidad son óptimas, lo que significa que no hay aterrizajes nocturnos en Paro. Y a pesar de la creciente tecnología en la aviación, los pilotos que operan en este aeropuerto no pueden relajarse. “Es un trabajo exigente, pero la vista lo compensa”, comenta un piloto mientras recuerda las espectaculares imágenes del valle.
La montaña no perdona errores
Uno de los mayores desafíos de volar en Paro es la meteorología. Las mañanas suelen ser más calmadas, por lo que las operaciones aéreas se concentran antes del mediodía. Dorji explica que en las tardes, los vientos anabáticos y catabáticos, que se forman debido a la diferencia de temperatura entre las montañas y el valle, hacen que los aterrizajes sean mucho más impredecibles y peligrosos.
Pero hay algo que empeora la situación: la temporada del monzón. Entre junio y agosto, las tormentas eléctricas y el granizo son eventos comunes. Estas condiciones no solo afectan la visibilidad, sino que también pueden dañar los aviones. “No es raro tener que esperar varios días para que pase una tormenta antes de poder despegar o aterrizar”, confiesa Dorji.
En cuanto a la pista, el espacio es reducido. Con 7.431 pies de longitud, está entre las más cortas para un aeropuerto internacional, lo que exige un descenso rápido y preciso. Druk Air cuenta con aproximadamente 25 pilotos butaneses certificados para volar a Paro, un número que apenas cubre las necesidades del aeropuerto. El entrenamiento para estos pilotos es exhaustivo y deben demostrar habilidades excepcionales bajo condiciones extremas antes de recibir la certificación.
Un futuro más accesible, pero sin perder el reto
A pesar de la dificultad que representa Paro, el gobierno de Bután busca expandir su conectividad aérea. En el sur del país, cerca de la frontera con India, la ciudad de Gelephu ha sido seleccionada para construir un nuevo aeropuerto que permita vuelos directos desde América del Norte, Europa y el Medio Oriente.
A diferencia de Paro, Gelephu está en una zona más plana, lo que facilitará la construcción de pistas más largas y seguras, capaces de recibir aviones de gran tamaño.
No obstante, para los amantes de la aviación y aquellos que buscan un destino fuera de lo común, Paro seguirá siendo una joya inigualable. Este aeropuerto no es solo una parada más en un viaje a Bután, es parte de la aventura, un desafío para los pilotos más experimentados del mundo.
Bután, con su mística y sus paisajes inmaculados, ha cautivado a viajeros durante años. Y mientras la modernización avanza en algunas áreas, el aterrizaje en Paro sigue siendo un recordatorio de que, en este rincón del mundo, aún quedan lugares donde la naturaleza dicta las reglas y el ser humano debe adaptarse.