La ciudadanía acepta o rechaza las ideas de los líderes populistas. El contexto económico, social y político determina la elección de uno de estos extremos.
La vulnerabilidad institucional, las crisis y los problemas económicos, la inestabilidad política y los desastres naturales son su caldo de cultivo.
La historia está llena de estos líderes que, teniendo medios para producir cambios favorables han corrompido su función en el poder. No hablan la verdad y no son reales sus intenciones.
Este populismo se alimenta de luchas monumentales y confusión, culminando en crisis política, por no poder sostener lo prometido, ya desenmascarado. Este tipo de políticos padece de megalotimia (deseo de reconocimiento como superior, iluminado).
Los todo lo sé, escogen causas de tal magnitud, como el alza -obligada- de los precios, escondiendo sus reales propósitos, con el abatimiento de liderazgos capaces de emprender la causa de la democracia.
El populismo no es una ideología, es una estrategia para asumir y permanecer en el poder, producto de un sistema que sigue fallándole a la gente. El populista piensa más en su aprobación y ser elegido, que en lo que es bueno para el país.
Solo una ciudadanía preocupada, educada y con mecanismos institucionales eficientes puede evitar que el país se vea gobernado por falsos mesías, redentores y salvadores.
Más aun, se pueden adoptar estrategias individuales para prevenir que este mal llegue a influenciar en la población. Cada uno puede asumir la responsabilidad de entender y desnudar la verdad detrás de las salvaciones propuestas por estos populistas.
Quizás Nietzsche nos ayude: se debe ir al corazón de lo que se estudia sin intentar repeler nada, dejarlo que te contamine completamente, aceptarlo todo para desenmascararlo con la razón última.
También Oscar Wilde: es necesario ejercer la influencia sobre eventos o personas como una actividad humana única que no tiene comparación con ninguna otra, teniendo en cuenta el hecho de proyectar nuestra visión en otros viéndola como se dispersa.
Con mayor razón cuando el individualismo excesivo y el colectivismo mal dirigido están a merced de ilusiones que se esfuman rápidamente.
Dejar atrás la pasividad conformista y el solo deseo son grandes retos de nuestra democracia y de quienes pueden provocar el gran cambio democrático, para convertir los deseos en ‘quereres’, que nos permitan tener claros nuestros objetivos transformadores, para superar el decimonónico populismo de corte demagógico.