—No es conveniente que hables… Al menos por ahora.
—Todo lo contrario. Este es el momento indicado. Conviene que hable.
—Vamos a ver, ¿qué tienes que decir, en todo caso?
—En este momento no tengo las palabras precisas.
—¿Y cuándo crees que podrías tener un argumento sólido, con todas las palabras necesarias?
—No quiero apresurarme. Necesito tiempo. Tengo que pensar cada paso, de hoy en adelante.
—Perfecto. Ahora acabas de darte cuenta porqué necesitas guardar silencio.
—Tú no entiendes nada. ¿Quieres confundirme?
—En todo el proceso percibo que hay un desequilibrio intencional. Piénsalo.
—Exacto. Un desequilibrio. Y como tú dices: intencional. Tengo mi verdad. Y en todo esto, que cada día se complica y extiende sin necesidad, nadie quiere escucharme.
—La verdad, en casos tan intrincados como este, no tiene gran importancia. Piénsalo mejor. En este punto del proceso más vale una gota de silencio que una tonelada de verdad.
—Yo trabajo, vivo y respiro con absoluto apego a la verdad. Y prefiero la verdad aunque eso signifique mi derrota.
—Cálmate. La imprudencia te ahoga. No hay que ser tan categórico. Y menos en la condición que te encuentras.
—Tú no sabes en qué condición me encuentro. A ver, ¿qué tengo pintado en la cara? ¿Por qué me miras de esa manera? No te voy a permitir esa actitud conmigo.
—No sé qué pasa hoy contigo. ¿Dormiste bien?
—¿Y quién duerme bien al borde de un precipicio? En todo caso no te pago para que vigiles mi sueño.
—El que no duerme bien soy yo. No te imaginas las veces que he leído el expediente.
—Si el expediente en mi contra está blindado, ¿por qué me tienen en esta condición tan ignominiosa, privado de libertad?
—No eres tú solo. Escucha, escucha. ¿Tú sabes cuál es la diferencia entre un error y un delito?
—No. Escúchame tú. ¿Cuáles son los argumentos contra mí? ¿Que siguen latentes los motivos por lo que me encarcelaron? ¿Que no duermo buscando la forma de sustraerme del proceso y que hay testigos que están siendo intimidados por mí? En realidad no tienen un solo argumento legal para mantenerme en prisión.
—¿Qué tienes en mente cuando se reanude el proceso?
—Hablaré mirando directamente al juez, apelaré a su humanidad. A ese poder que tiene de dar o quitar la libertad a una persona. Que vea en mi rostro el sufrimiento que cada día me embarga al tener que permanecer tanto tiempo lejos de quienes más amo. Hablo de mi sagrada familia. Hablo de mi esposa y mis hijos.
—No será suficiente.
—Claro. No olvidaré sacarle partido a mi conducta moral. Y diré: Usted está al frente de una persona que nunca tuvo problemas con la Justicia, que nunca pisó un tribunal bajo oscuros alegatos.
—¿Y qué más? ¿Qué quieres?
—Hace dos semanas que hablamos de eso. Merezco una medida menos gravosa. Me voy a convertir en un guerrero de la moral. Y diré al juez, de manera conciliadora: En sus manos está concederme la libertad pura y simple.
—Y para lograr conmoverlo en su más íntima humanidad, ¿con qué cuentas?
—Cuento con argumentos imbatibles. Tengo un patrimonio moral e irrefutable, que no tiene que ver con lo económico. En cuanto el juez me autorice hablaré de mi gran tesoro familiar. Hablaré de mi esposa tristemente sola. ¿De qué justicia hablamos, cuando me apartan por tanto tiempo de mis hijos? No temo. Voy a enfrentar con valentía y responsabilidad el proceso. Hago una pausa. Que se sienta mi silencio. Y agrego: Señor juez, le pido por favor que haga su trabajo. Y que Dios lo bendiga y guie de manera sabia en sus reflexiones.
—La mirada. Tienes que trabajar más la expresión de tus ojos. Te voy a contratar un maestro de teatro, muy bueno. Yo estoy seguro que te ayudará mucho. Hay que meter más drama en todo esto.
—¿Será prudente ante un coro de niños sordos?
—Qué dices. No te entiendo.
—Sí. Escuchaste bien. Me imagino que ya te diste cuenta. Ellos entran a la sala, se acomodan en sus sillones, despacio y en orden. En el momento indicado se comportan como un coro de niños sordos y empiezan a cantar. Y cantan y cantan sin pausa; y cuando yo hablo guardan silencio, claro, pero no me escuchan. Eso ocurrió en la audiencia pasada, ¿recuerdas?
—En dos horas se reanuda el juicio. La posibilidad de que hoy salgas libre es muy alta. ¿Qué piensas hacer?
—¿En condición de qué me preguntas eso?
—Olvídate de lo que soy. Dime, ¿qué piensas hacer si el juez te concede la libertad?
—Todo lo que de manera impostergable sea necesario para recuperar el olor de la vida.