La aguda complejidad del tema que da título al presente artículo no permite que un abordaje historiográfico del mismo- que se precie de riguroso- pueda realizarse bajo el imperativo de la brevedad.
Es por ello que en varias entregas secuenciadas procuraremos abordar las más sensitivas aristas de tan intrincado asunto, tema recurrente, cabe decirlo, en el debate histórico e intelectual dominicano, pero que es preciso resituarlo y redimensionarlo, como muchos otros, de suerte que las actuales generaciones puedan edificar sobre solidos cimientos su necesaria conciencia histórica, tarea indispensable para labrar un porvenir más dichoso para nuestra patria.
A raíz de la reciente conmemoración del 154 aniversario del inicio de nuestra gesta restauradora voces respetables de la nación se han elevado nuevamente- como es el caso del Honorable Magistrado del Tribunal Constitucional y Vicepresidente del Instituto Duartiano Dr. Wilson Gómez Ramírez- en reclamo de que los restos del General Pedro Santana sean exhumados del Panteón Nacional y conducidos nuevamente a la iglesia del Sagrado Corazón del Seíbo donde reposaban desde 1931.
El Dr. Joaquín Balaguer en controvertida decisión dispuso su traslado a la morada augusta del Panteón Nacional mediante el decreto 1383 del 24 de octubre de 1975.
Es un hecho que la presencia de Santana en el Panteón Nacional constituye para muchos dominicanos un injustificable oprobio; una imperdonable afrenta que mancilla la memoria de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, María Trinidad Sánchez, Joaquín y Gabino Puello, Antonio Duverge, Gabino Richiez y todos cuantos en defensa de nuestra libertad sufrieron la muerte, el vejamen o la persecución del temible hatero seibano.
Pendientes están aún de ser plenamente desentrañadas las razones históricas y políticas que motivaron al ilustrado caudillo reformista a disponer tan cuestionada medida, como pendiente estamos aún- de cara a las generaciones actuales- de un gran debate académico en torno al tema que trascienda el abordaje incompleto y circunstancial con que se ha venido haciendo.
Pero lo cierto es que al llevar a Santana al Panteón Nacional el Dr. Balaguer se desdecía a sí mismo, pues en diversas ocasiones, a través de sus escritos, hizo gala de su acendrada devoción duartiana contraponiendo la conducta del forjador de nuestra nacionalidad a la del soberbio caudillo quien al dictamen de sus personales ambiciones políticas no tuvo reparo alguno en desterrarlo a perpetuidad el 22 de febrero de 1844 al igual que a su anciana madre, hermanas y seguidores más cercanos.
Como evidencia de lo antes afirmado cabe significar que el mismo Balaguer que lleva a Santana al Panteón de la Patria en 1975 es el mismo que en 1950 escribe el “Cristo de la Libertad” parar exaltar la figura de Duarte en plena tiranía trujillista.
En conferencia que pronunciara en junio de 1961 ante la juventud reformista titulada “El Legado de Duarte” expresó Balaguer refiriéndose a este tema:
“Trujillo desterró a Duarte de las escuelas nacionales. El culto a la personalidad del autócrata, impuesto a través de tres décadas de propaganda sistemática, caló en la mente popular hasta el extremo de que la venerable figura del Padre de la Patria, pasó a ocupar un segundo plano en la devoción de varias generaciones de educandos. Para disminuir y empañar su figura, se quiso oponerle la de otro héroe cuya vida y cuyas ejecutorias constituyen una negación de todo lo que Duarte significa para el pueblo dominicano, la del general Pedro Santana”.