Pedro Henríquez Ureña, el retoño de la poetisa Salomé Ureña

Pedro Henríquez Ureña, el retoño de la poetisa Salomé Ureña

Pedro Henríquez Ureña, el retoño de la poetisa Salomé Ureña

Santo Domingo.-  Pedro Henríquez Ureña, fue un intelectual, filólogo, crítico y escritor dominicano, hijo de Salomé Ureña, la gran poetisa dominicana y Francisco Henríquez y Carvajal, médico, abogado, escritor, pedagogo dominicano; su abuelo, Nicolás Ureña de Mendoza, costumbrista y político dominicano.

Su ambiente familiar estuvo marcado por la presencia de Eugenio María de Hostos, reformador de la enseñanza y luchador independentista puertorriqueño que hizo del país dominicano el suyo. A su tío Federico lo llamó José Martí «hermano», en su célebre carta de despedida de 1895.

Desde niño Pedro mostró interés por la literatura. Tal pasión fue compartida por dos de sus hermanos, Maximiliano y Camila, quienes luego desarrollarían una amplia labor en el campo de la pedagogía y la investigación literaria en Cuba, los Estados Unidos y Puerto Rico, entre otros países.

Tras completar los estudios secundarios, marchó a los Estados Unidos, comenzando así un largo periplo que lo alejaría del solar nativo, casi durante todo el tiempo que le restaba de existencia.

Fue profesor universitario en México en 1906 hasta  1913, Estados Unidos, donde estuvo entre 1915 y 1916, Argentina donde se vinculó a la revista Sur, de Victoria Ocampo y fue académico de Letras, EE.UU. otra vez, y República Dominicana.

Su obra crítica se caracteriza por la amplitud de los temas tratados y su ferviente deseo de demostrar la unidad e independencia espiritual de América.

A este respecto se pueden citar: Seis ensayos en búsqueda de nuestra expresión (1928), Apuntaciones sobre la novela en América (1927) y Sobre el problema del andalucismo dialectal de América (1937).

Ernesto Sabato, quien fue alumno suyo en el colegio secundario dependiente de la Universidad de La Platal, señala:

Este hombre que alguien llamó peregrino de América (y cuando se dice América en relación a él debe entenderse América Latina, esa teórica América total que la retórica de las cancillerías ha puesto de moda, por motivos menos admirables), tuvo dos grandes sueños utópicos; como San Martín y Bolívar, el de la unidad en la Magna Patria; y la realización de la Justicia en su territorio, así con mayúscula.

Su vida entera se realizó, así como su obra, en función de aquella utopía latinoamericana. Aunque pocos como él estaban dotados para el puro arte y para la estricta belleza, aunque era un auténtico scholar y hubiera podido brillar en cualquier gran universidad europea, casi nada hubo en él que fuese arte por el arte o pensamiento por el pensamiento mismo.

Su filosofía, su lucha contra el positivismo, sus ensayos literarios y filológicos, todo formó parte de sus silenciosa batalla por la unidad y por la elevación de nuestros pueblos.

Al arribar al puerto de Buenos Aires, en 1924, Los Henríquez  y su esposa, Isabel Lombardo Toledano y su pequeña hija Natacha, se alojan en una pensión de la calle Bernardo de Irigoyen, a pocas cuadras de la estación de trenes de Constitución.

En los años sucesivos, Ureña concurre diariamente a Constitución para ir a la ciudad de La Plata (a 55 km) al término de sus clases en Buenos Aires. Es la misma estación, en un vagón, que Ureña súbitamente se desplomaría para morir.

Pedro Henríquez Ureña, murió en Argentina a sus 61 años el 11 de mayo de 1946.