Sin diferencia de género, edad, estatus social o económico, somos proclives a catalogar como “adversidad” cualquier situación que consideramos dolorosa o no conveniente para nosotros.
Sin embargo, si reflexionamos sobre el o los hechos que calificamos como “desfavorable” seguro que encontraríamos en ellos grandes aprendizajes… lecciones que -si las asumimos como tales- nos pueden ayudar a avanzar.
Prefiero ver el vaso medio lleno a “medio vacío”. Eso me ha permitido ver a todas las personas, hechos o situaciones como oportunidades… y puedo decir, a ciencia cierta, que todo infortunio que he vivido ha traído consigo un elemento positivo. ¿Cómo lo he logrado? Simple.
Nunca me he quedado tirada rumiando mi dolor y me he enfocado en moverme, aún las piernas no me respondan, y en mirar al frente, aún las lágrimas no me permitan distinguir el horizonte.
Soy muy observadora. Una cualidad que no dejo de cultivar por los grandes beneficios que me ha regalado.
Y es al mirar a mi alrededor que me asombra todo el tiempo que muchos pierden reviviendo los sucesos “malos” o simplemente conformados con la “infelicidad” por miedo o cansancio, dejando pasar desapercibida esa chispa que puede dar alegría a la vida.
Los acontecimientos que provocan aflicción, enojo y cuestionamientos pueden conducirnos al aprendizaje que necesitamos para desarrollar la fortaleza de carácter, afrontar las vicisitudes, ganar los retos y superarnos a nosotros mismos. Pero, en ocasiones, sentimos que nos excede la situación que vivimos y nos dilatamos en entender qué es lo que debemos aprender.
Los episodios difíciles son los que, irremediablemente, nos permiten conocer la compasión, solidaridad, consuelo y generosidad… no cerremos los ojos a “la belleza inesperada”.
Mark Nepo escribió: “Somos como un inmenso e indomable mar que obedece a corrientes más hondas que rara vez alcanzas a ver.
Esto nos ofrece tres reflexiones. La primera sugiere que, aunque no podemos verlo, el más insondable océano es tan claro como la ola más superficial.
La segunda señala que la profundidad que alcancemos depende de la calma o turbulencia que haya en la superficie. Y la tercera dice que, así como la profundidad y la superficie del mar son inseparables, también lo son el espíritu y la psicología de todo los seres humanos”.