Muchos países latinoamericanos y del mundo viven actualmente un proceso de “despartidización” en el que los partidos políticos no son tales, sino verdaderas corporaciones económicas para alcanzar el poder.
Cuando me refiero a que los partidos se han convertido en corporaciones económicas, lo digo en el verdadero sentido del término, sin alegorías o figuras retóricas. Se entiende como sociedades corporativas, como personas jurídicas formadas por grupos de personas físicas que actúan en conjunto con un fin específico.
El término de corporaciones, derivado de las sociedades económicas muy bien se puede aplicar a los partidos políticos hoy día, convertidos en maquinarias electorales. En su gran mayoría, adolecen de desamparo ideológico. En este caso verdaderas corporaciones económicas, grupos de personas cuyo objetivo primario es llegar al poder y nada más que conciben el Estado como botín.
En nuestra opinión, históricamente los partidos han tenido tres funciones principales: la primera es afiliar personas con intereses comunes e ideológicos para la participación política y prepararlas para la dirección de los asuntos del Estado; la segunda es la representación de las aspiraciones e intereses de los ciudadanos y la sociedad en general y canalizarlas adecuadamente a través de los afiliados que resultaron electos para algún cargo público y la tercera y que no es menos importante: la legitimación del sistema político.
Estas tres funciones, y podría ser un tema de discusión, han sido desnaturalizadas o dejadas a un lado por la partidocracia existente en nuestros países. El sentido de grupo o asociación para el bien común y la efectiva participación en el juego democrático, lamentablemente se ha perdido.
Es por eso que digo que el proceso de “despartidización” o la desaparición lenta y paulatina de la esencia de los partidos políticos está acelerada, por varios motivos. Uno de ellos es la concepción de estado botín. La corrupción desmotiva la idea de cohesión de grupo para intereses comunes una vez un partido alcanza el poder: un grupo se enquista, adquiere poderío económico en desmedro de los demás y con el tiempo se crean “superestructuras” dentro de ese partido enquistadas en desmedro de los demás.
Naturalmente que el desamparo ideológico y la falta de cohesión para intereses comunes, provoca más adelante que el partido se “desconecte” del pueblo pierde la brújula social y se coloca al servicio de intereses foráneos, grupos económicos y líderes políticos corruptos. Se descompone y los órganos de dirección del partido no tiene razón de ser: gobierna una plutocracia partidaria (sólo los más pudientes pueden aspirar).
Es ahí entonces que se convierten en corporaciones económicas. Los ciudadanos víctimas del desencanto pierden la fe en la partidocracia.
En breves palabras he explicado un proceso que ya lleva décadas y un proceso de despartidización que ha avanzado lento pero de manera firme.