El corolario de mi columna de ayer sobre el grave peligro de la invasión haitiana actual es que abjurar del imperio de la ley y traicionar el interés nacional por ignorar nuestra historia, son fuerzas corrosivas de la dominicanidad peores que cualquier amenaza externa.
Sólo sociedades dirigidas por la dictadura de la ley, sin impunidad flagrante por corrupción pública o privada y con órganos democráticos sanos y abiertos, logran la cohesión interna para la preservación de sus intereses como nación-Estado.
Sin democracia pueden imponerse ley y orden, reformar la economía y garantizar la preservación del proyecto de vida en común que es una patria. Pero no sin leyes justas, promesa de justicia y esperanza de prosperidad compartida.
Es paradójico que gobiernos legales pero ilegítimos según el canon occidental, como China o Singapur o el Chile pinochetista, produzcan más libertad, riqueza y bienestar que regímenes populistas dizque democráticos pero podridos.
Asumir que cierta idea progresista de democracia nunca cumple sus promesas es un hito sugerentemente retador: ¿propondrá alguien prescindir de políticos partidistas?