Me resulta muy cuesta arriba hablar de partidos políticos “grandes” y partidos “chiquitos”. Es ofensivo, discriminatorio y alejado de la realidad referirnos a las agrupaciones políticas en razón del tamaño de sus respectivas militancias, en vez de hacerlo en base a sus ejecutorias y a sus tablas de valores y su moral.
Los partidos “grandes” son los que han gobernado siempre, y en consecuencia los que, por ley, reciben más recursos económicos de la Junta Central Electoral, y que no siempre son manejados con la pulcritud esperada.
A los “chiquitos” solamente se les reparten las migajas del presupuesto nacional y por consiguiente nunca tienen la oportunidad de demostrar que de ellos se puede esperar un manejo honorable de la cosa pública.
Si los llamados “partidos minoritarios” se unieran en un solo propósito para, con la suma de todos ellos, constituir una fuerza decisiva capaz de ganar el poder en las próximas elecciones, la Historia podría ser de otra manera. Pero para ello tendrían que renunciar al deseo de protagonismo de cada uno de ellos y presentar una candidatura de consenso, capaz de eliminar la corrupción y la impunidad imperantes.
Mientras los chiquitos no se unan, los grandes seguirán gobernando. Y gobernando con el único propósito de sacar pronto “lo mío” antes de que la vaca dé la última gota de leche.