Ninguna democracia funciona eficazmente si el jefe del mayor partido de oposición hace mutis. Desde que asumió la presidencia Luis Abinader, su antecesor Danilo Medina ha respondido con un silencio inconmovible al huracán de gravísimas denuncias de corrupción contra su más íntimo entorno familiar, hermanos, cuñados, jefe de seguridad y otros.
Defiendo la gran obra de gobierno de ambos presidentes del PLD, quienes tras salir del poder han visto disminuir su estatura como estadistas, Leonel por angurria de una divisiva cuarta presidencia y Danilo por el vendaval de imputaciones en curso en la justicia.
El domingo, en su primera actividad política desde agosto del 2020, dijo que “mucha gente creyó que el PLD estaba muerto; no estaba muerto, estaba de parranda”.
¡¿De parranda!? Es una desafortunada declaración de Medina, en un país zarandeado por el mortífero COVID y sus efectos económicos. Habría bastado decir, como también dijo, que “tal vez nos merecimos salir del poder” y “espero que sean sólo unas vacaciones de cuatro años”.
Eso de “parrandear” fue terrible desatino…