Parásitos en la Iglesia

Parásitos en la Iglesia

Parásitos en la Iglesia

La definición básica de un parásito es la siguiente: “Un parásito es un organismo que vive sobre un organismo huésped o en su interior y se alimenta a expensas del huésped”. CDC (Center for Disease Control and Prevention). A menudo vemos en todas las organizaciones personas que lo que hacen es parasitar. Esta realidad nos regala una buena analogía, muchas personas pululan en medio nuestro actuando como parásitos, generando la muerte de muchas cosas importantes e infectando nuestro medio ambiente.  El caso de la iglesia no es la excepción, no tiene una vacuna perfecta frente a este grave mal. Sí nos fijamos en todo el Nuevo Testamento, existe una gran cantidad de admoniciones frente al tema de los que generan división, lo que indica que era un mal adyacente a la iglesia naciente, como lo sigue siendo hoy en día. Cartas como la primera a los Corintios tratan fundamentalmente sobre la división, 1/5 de la carta están destinados a enfrentar tales despropósitos. Curioso lo siguiente; todos sabemos que la división es mala pero ninguno de nosotros nos sentimos “responsables” de ella. Eso es grave. Un comentario, un chisme, una acción, entre otras cosas, nos hacen muchas veces responsables de ser divisores. Sería preocupante ser parásitos dentro de la iglesia, pero pero aun, pensar que no estamos siéndolo y realmente siendo.
«… solo hay algo más grave que sufrir una división: provocarla o alentarla.»
A continuación les dejo unos pensamientos de Jorge Fernández (crédito de su autoría y permiso de difusión), que creo complementan magistralmente lo que queremos comunicar.
«… Una guerra no es igualmente dolorosa para todos. Para «los mercenarios» la guerra es un modo de vida, una profesión y un beneficio, por lo que van a la guerra con entusiasmo y sin importarle las terribles consecuencias”
EL PERFIL DE UN DIVISOR
La pregunta es entonces, ¿cómo distinguir entre un divisor y un auténtico defensor de la fe? ¿Es esto posible? Desde luego, no siempre es fácil, y para eso existe un «don de discernimiento de espíritus» (1 Cor. 12:10), pero he aquí algunas pistas basadas en nuestra observación personal de las Escrituras y de algunas dolorosas experiencias que, creemos, nos pueden ayudar a estar advertidos acerca de estos maestros del acoso y del derribo:
1.       Un divisor no “se aparta”, sino que “aparta” a los demás, señalándoles, excluyéndoles, o despreciándoles.
Dice Mateo 1:19 que, cuando José supo que María estaba encinta, “como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente”. Esto demuestra que el mismo Espíritu que había hecho concebir a María, gobernaba el corazón noble y piadoso de José. Ante la posibilidad de que María hubera pecado, como la amaba, no pensó en acusarla, vengarse, despreciarla o hacerle daño, sino en apartarse de ella con la mayor discreción.
Ésta es una actitud en las antípodas del espíritu de los que causan divisiones y tropiezos, cuya reacción casi nunca es “apartarse” para evitar mayores males a la Iglesia o a la organización, sino acusar, despreciar y, si es posible, “apartar a otros”.
2.       Un divisor intentará «robar el corazón» de los descontentos y de los ingenuos.
“Porque tales personas», advertía Pablo a los cristianos de Roma, «no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos.” (Romanos 16:18).
Absalón es un paradigma de divisor. Dice la Biblia que, descontento con su padre el rey David, Absalón se situaba a las puertas de la ciudad donde se administraba justicia “y a cualquiera que tenía pleito y venía al rey a juicio, Absalón le llamaba y le decía (…) Mira, tus palabras son buenas y justas; mas no tienes quien te oiga de parte del rey. Y decía Absalón: ¡Quién me pusiera por juez en la tierra, para que viniesen a mí todos los que tienen pleito o negocio, que yo les haría justicia! Y acontecía que cuando alguno se acercaba para inclinarse a él, él extendía la mano y lo tomaba, y lo besaba. De esta manera hacía con todos los israelitas que venían al rey a juicio; y así robaba Absalón el corazón de los de Israel.” (2 samuel 15:2-6).
Desgraciadamente, el mismo espíritu y parecida estrategia se manifiesta en todo tiempo y en todo lugar. Junto al personaje del “Sabio” en la magnífica obra de Gene Edwards, “Perfil de Tres Monarcas” [1], podemos atestiguar: “he conocido muchos hombres como Absalón. Muchísimos”.
3.       Un divisor no “va de frente” ni es constructivo, sino que conspira buscando “derribar y destruir”.
A diferencia de lo que intentó Lutero en la Dieta de Worms, defendiendo sus tesis ante el Emperador Carlos V, o lo que el apóstol Pablo se esforzaba por hacer en sus discusiones con judíos y griegos, buscando convencer, defendiendo sus argumentos a cara descubierta, arriesgando su vida y su reputación personal, los divisores nunca buscan reformas o mejoras…, sino escombros. Por eso su crítica es siempre destructiva. Y arriesgan poco o nada. Solo dan la cara cuando ven clara la victoria de sus propósitos, o algún beneficio o gratificación personal. Hasta entonces, se mueven en las sombras.
Su forma favorita de actuar es la conspiración, una práctica pecaminosa claramente reprobada por Dios con independencia de los fines que se persigan. “Y me dijo Jehová: Conspiración se ha hallado entre los varones de Judá, y entre los moradores de Jerusalén” (Jeremías 11:9). “Si alguno conspirare contra ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti caerá.” (Isaías 54:15).
Cuando uno observa el obrar destructor de estos divisores, no puede menos que sentir nostalgia del espíritu piadoso de David quien, cuando Saúl le perseguía injustamente y tuvo ocasión de matarle en aquella cueva, expresó a sus hombres que le alentaban a hacerlo  su “temor de Dios”: “Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él…” (2 Samuel 24:6).
4.       Un divisor no busca fortalecer la iglesia u organización a la que critica, sino debilitarla y dominarla
“Divide y vencerás”, es la máxima suprema de un divisor. Detrás de las intenciones de un divisor siempre hay un inconfesable objetivo oculto, sea un beneficio personal, o sea una ventaja para la iglesia, facción u organización a la que sirve. Un beneficio o ventaja que, desde su punto de vista, solo conseguirá si logra debilitar o dominar a la iglesia, denominación u organización, que se interpone en el camino de sus objetivos. El caso de Diótrefes, mencionado por el apóstol Juan en su tercera carta, es un buen ejemplo de divisor, aunque los hay con perfiles y características diversas.
5.       Un divisor no discute ni debate, solo manda, exige o presiona.
El primer Concilio de Jerusalén recogido en Hechos capítulo 15 es un ejemplo de buena praxis para la Iglesia de Jesucristo de todos los tiempos, de cómo resolver los conflictos o discrepancias, por graves o importantes que puedan ser, bajo la guía y la autoridad del Espíritu Santo. El resultado de esa buena praxis no solo fue la superación de una amenaza de ruptura muy real por las tensiones culturales entre cristianos procedentes del judaísmo y del helenismo, sino que redundó en el reforzamiento de la unidad; el fortalecimiento de la Iglesia; y en un vigoroso impulso a la proclamación del evangelio en todo el mundo.
Este primer concilio supuso una gran victoria, no solo para Pablo y Bernabé, sino para el conjunto de la Iglesia cristiana. Pero también supuso el fracaso de los divisores (fariseos y judaizantes), que enseñaban (ordenaban, exigían) a los hermanos: «Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos» (Hch. 15:1). Y ésa… ésa no se la perdonarían nunca al apóstol…
6.       Un divisor puede mentir y calumniar con descaro, con tal de alcanzar sus fines.
“Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres” (Hechos 21:21). Estos judaizantes mentían a sabiendas, pero no les importaba si conseguían difamar a Pablo y sumar adeptos contra él.
Espero que reflexionemos seriamente sobre nuestro actuar en los lugares que nos desenvolvemos, que nunca seamos parásitos donde Dios nos ha plantado.
¡Dios te bendiga!


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