Buenos patriotas se preocupan por el concierto mediático que reproduce argucias de la claque haitiana estadounidense, insultos de fracasados exfuncionarios del inviable territorio o lamentos de la quinta columna que confunde derechos humanos con oicofobia.
Agobiados por el acoso local y foráneo, quizás bien intencionados, olvidan verdades básicas sobre Haití y los dominicanos.
Santo Domingo antecede a Saint-Domingue dos siglos. El vecino surge con el genocidio de sus explotadores franceses.
Ese nuevo país se fundó basado en puro racismo con la negritud como motivo, no la libertad ni el imperio de la ley como se arguye hoy. Sus horrores actuales los infringieron durante su ocupación de 22 años aquí; lo del 1937 lo hizo Trujillo y fue excepcional.
Las diferencias entre ambos pueblos no constituyen racismo, sino que somos un orgulloso crisol de razas, cristianos, hispanohablantes, con PIB cinco veces el haitiano, con más bosques que hace cinco décadas y casi siete décadas de gobiernos democráticos.
Dios mediante, de pobrísima colonia hicimos un gran país; ellos, de su otrora fastuosa riqueza han creado un infierno. No queremos eso aquí.