¿Tendrá que ver la exquisitez del salmón con su inveterada costumbre, necesaria para su supervivencia, de nadar contracorriente en la madurez de sus vidas? Parafraseo “La impaciencia cívica” por Carmen Imbert Brugal.
Es patético y penosamente cómico el delirante farandulismo de quienes, impostando una hueca principalía ética, hacen de perdonavidas refiriéndose a los procesos penales de la operación anti-pulpo.
Con centelleante y bullosa vehemencia revestida de santurronería, pretenden disfrazar la naturaleza de sus intenciones, compromisos y atávicos desencuentros con la moral.
Los mismos que pasaron seis años entretenidos con el rey de la selva, montando piquetes frente a su guarida y exigiendo paredón, al ver que pese a su “independencia” debían cambiar el chucho si querían ser gobierno, ahora se embelesan ante sus rugidos. Justifican como necesaria su exculpación sin juicio.
Mientras tanto, el nuevo dueño del circo clama contra “un espectáculo de infamia arrastrándonos a todos por el barro” mientras convenientemente olvidamos, palabras de Carmen, “la presunción de inocencia y la necesidad de sentencias”. El mejor circo aparenta no serlo.
