De la mano de un gran periodista logré entrar al equipo que quema sus pestañas a diario para revelar la verdad, a un pueblo incrédulo.
¿Cómo olvidar aquel día? Con una mirada pícara y voz pausada me dijo: «te llamas Natalie, como aquella canción de los hermanos Arriagada, seguro no la conoces. Ni habías nacido cuando cantaba esa canción». Fue la primera vez que lo sorprendí: «claro que si sé cuál es esa canción don Rafael. Fue por eso que me pusieron este nombre».
Fueron los primeros buenos días que escuché salir de su voz. No necesité más para enganchar con tan sorprendente temperamento. Un hombre conocedor del mundo, apasionado con el ejercicio de escribir, me preguntaba muchas cosas, víctima de la curiosidad por saber sobre mi vida, y yo evadía con preguntas, ya que era yo la interesada en saber sobre la suya. Casi una hora en su despacho dentro de aquella industria defensora de la verdad, conversando sobre la pasión que descubrimos que teníamos en común: escribir.
Fue cuando él me preguntó si alguna vez había pensado en redactar una columna de opinión, la sorprendida esta vez fui yo. Nunca lo había pensado. Conversamos sobre este tema concreto, el me hizo una propuesta: «escríbeme una primera columna que yo te daré mi opinión». Qué nervios, una eminencia del periodismo dominicano me dio la oportunidad de escribir, y como si fuera poco, él me lo iba a corregir. Que atrevida es la ignorancia. Así fue como escribí mi primer artículo de opinión para una columna que titulé «El país de los contrastes».
Fue el segundo buenos días que escuché salir de su voz pausada. Otra vez nos encontramos en aquel despacho. Don Rafael desde su Mac me dio su opinión sobre mi primer humilde escrito: «Natalie, la de los hermanos Arriagada, me sorprendió lo que escribiste. Nunca imaginé que dedicarías tu columna a un tema como es el desarrollo humano. Te felicito, hoy mismo saldrá publicada tu columna en nuestro periódico. Nunca dejes de escribir».
Aquellas últimas palabras de don Rafael de aquel día, fue el inicio de mi trayectoria como columnista. Nunca le dije: «gracias don Rafael por creer en mi», ni le expresé mi admiración, mucho menos le dije el aprecio que le tenía por su buen trato y paciencia con esta joven apasionada y enamorada de la República Dominicana.
El día del adiós don Rafael llegó desafortunadamente. Pero lo realmente desafortunado fue, que su país, aquel que le dio tantos temas para escribir, la razón que lo motivó a defender la verdad en tiempos de máxima represión, jugándose la vida por la verdad, siendo ejemplo de tolerancia, amor y unión familiar, escribiendo todos los días sin receso. Su país, su República Dominicana que le trajo tantos «recuerdos inmemorables» como él mismo tituló en su libro autobiográfico, no le haya rendido el honor que se merecía al morir.
Me quedé esperando nuestra bandera a media asta. Me quedé esperando un duelo nacional, digno de aquella persona que dedicó gran parte de su vida a escribir, fundando medios de comunicación, espacios donde se ejerce la profesión que me conquistó. Me quedé esperando un último «buenos días Natalie, la de los hermanos Arriagada».
Estaré eternamente agradecida con don Rafael por darme la oportunidad de escribir. En mi corazón está la bandera a media asta, y estará en duelo mi criterio, aquel que él mismo despertó en mí.
Hasta siempre don Rafael Molina Morillo.