¿Para qué una nación?

¿Para qué una nación?

¿Para qué una nación?

Matías Bosch, primer vicepresidente

Habitamos un universo con 14 mil millones de años de antigüedad. Los científicos vienen explicando lo siguiente: 1) Antes del Universo, todo era gas -hidrógeno y carbono, las dos sustancias esenciales- y los seres humanos estamos hechos de ese polvo, igual que las estrellas, los gusanos y los meteoritos.

Y 2) Existen el Sol y la Tierra desde hace 5 mil millones de años, y han existido 50 mil millones de especies, de las cuales hoy solo queda un 20 %. La naturaleza no ha sido creada “para el Hombre” ni somos el centro de la existencia: compartimos el mismo “barro” con todo, y en tiempo y en cantidad somos muy recientes y prácticamente nada.

¿No deberíamos vivir con mucha más humildad? Si Dios existe ¿acaso ese no ha sido su mensaje?

Para sobrevivir, hemos estado siempre de viaje y cambiando. Solo la ignorancia puede creer que somos algo estático y hechos “de fábrica”.

Ya se sabe que todos venimos de África oriental, desde donde surgió “la gran migración”.

Aparecimos hace unos 315 mil años; van 185 mil años desde que salimos del continente africano, nos expandimos a Asia y a Europa, región en la que hace muy poco dejamos de tener sólo piel oscura y empezamos a tenerla más blanca.

Los restos de arte más antiguos tienen 100 mil años en cuevas africanas, no en los grandes museos europeos. Nuestro genoma se diferencia sólo en un 1 % de nuestro pariente el chimpancé, solo que ese pírrico 1 % se manifiesta en diferencias abismales.

¿Qué haremos con esas diferencias, las usamos para la inteligencia y la sensibilidad, o para la autodestrucción? ¿Convertiremos nuestra pequeñez en arrogancia de enanos acomplejados, o seremos consciencia responsable del mundo que heredamos?

En América aparecimos tal vez hace unos 15 mil años, con una raíz de nativos asiáticos que arribaron por el norte y también desembarcaron por las costas del Pacífico.

De ahí vinieron los arawakos que llegaron a estas islas; luego los taínos, que se reencontraron 300 mil años después, en el gran viaje humano, con los millones de africanos que llegaron esclavizados por el imperio europeo, luego de la conquista de Colón.

Taínos, caribes, siboneyes y africanos lucharon incansablemente por la libertad, murieron obligados a sacar el oro, cosechar sisal, café, tabaco y cortar caña, riquezas inmensas sin las cuales no existiría el capitalismo moderno.

En todo esto ¿qué le da sentido a una nación? ¿Acaso ser una “esencia única”, homogénea y ensimismada? ¿Distinguirse por pretender ser “elegidos” o mejor que otros? Todo aquello solo ha llevado a tragedias espantosas.

La nación tiene sentido al reconocer la eterna lucha humana por sobrevivir y lograr dignidad, nuestras raíces diversas, nuestros sufrimientos compartidos, y nuestra posibilidad de vivir en comunidad y cuidarnos solidaria y amorosamente unos a otros.

A la vez, ser solidarios con el resto de la Humanidad. Somos demasiado frágiles y diminutos como para intentar odiarnos o negarnos.

Hemos estado y seguiremos en viaje. Los dominicanos son hijos de africanos, asiáticos, arawakos, taínos, caribes, europeos, gentes del Medio Oriente, cocolos, haitianos, y son también aquellos que han partido y cuyos hijos han nacido en Estados Unidos, Europa, Sudamérica, tantos parajes insospechados.

El plato “bandera dominicana” antes era con carne de res y luego se convirtió al pollo; para otros es el chenchén con chivo y para otros el baile más sentido no es el merengue sino el gagá y ahora el dembow. Negar la riqueza es imposición. La nación es humana y democrática o será un infierno.



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