Escuché una vez a monseñor Oscar Robles Toledano, en nuestras visitas sabatinas a Blasco en la Bolívar, referirse a cierto colega columnista a quien otro parroquiano ponderaba:
“Ese cernícalo nunca volvió a leer un libro desde que volvió de París y allá leía obligado por el pénsum”.
Nada descalificaba más a opinantes en la prensa, según él, que estar poco informado, por desidia o estolidez, sobre el tema tratado. “¡Diletantes en tercera!”, decía.
El padre Robles falleció en 1992 con 80 años y no conoció los prodigios de la Internet y las redes sociales, que han devaluado significativamente el valor de la erudición, pues hoy cualquiera cree saber de todo instantáneamente, como si algún dato cierto equivaliera a la decantada sabiduría u hondura reflexiva.
Viene a cuento mi recuerdo porque el rector de la PUCMM, padre Alfredo de la Cruz, acaba de resaltar la importancia de la lectura e investigación científica como fundamento del desarrollo.
Periodistas, maestros, políticos y empresarios que no leen ni aprecian las ciencias, ¡fórmula infalible para fuñirnos!