Desde hace más de tres décadas, el mundo vive cambios acelerados en todas las manifestaciones. La sociedad dominicana no es la excepción y, por el contrario, desde entonces, registra características y condiciones que la separan en forma visceral de aquella en la que los comportamientos humanos, solidarios, de conjunto, de equipo eran los que primaban.
Para bien o para mal, el país y su gente han estado transitando por la carretera de la prisa, el individualismo, la búsqueda del oropel y la visibilidad mediática, aunque sea sólo a través de los famosos cinco segundos de fama, que se presupone tiene cada quien en algún momento de la vida.
Se trata de la modernidad, aquella que privilegia lo material, lo portentoso, los lujos, las tenencias, lo efímero sobre la conciencia, la paz, lo amigable, lo simple, la ética, la persona, lo duradero; que, al parecer, no ha dejado, espacio alguno sin tocar en la faz de la tierra.
Pero también, es la que reivindica el reconocimiento y el respeto a los derechos humanos, que antes estaban reservados a unas cuántas castas. La que garantiza la participación, el reclamo, la búsqueda del bienestar, el valor de la persona y, por supuesto, las ansias de crecimiento y desarrollo social y económico. Y nada de eso es malo.
En filosofía 011, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en la ya lejana década de los 80, nos enseñaron que no hay que temer a los cambios. Al contrario, hay que impulsarlos, sin prisa, pero sin pausa. Por definición y formación, soy abanderada de ellos.
Los cambios son los que sustentan el mundo. Nada es estático. Nos han dicho desde siempre que todo se transforma. La materia pasa de un estado a otro. Todo es cambio.
¿Cuál es la satisfacción del ser humano? Cuando los cambios sepultan los malos artilugios, las malas prácticas, las violaciones, lo negativo, lo inmoral, lo antiético, lo cuestionable
Y, claro que sí. A esos cambios es a los que aspira la mayoría de la gente. La humanidad desea encontrar el camino del bienestar, aunque siempre unos cuantos se empeñan en boicotearlo.
No pocos escritores y analistas sociales expresan preocupación por las manifestaciones de “los nuevos tiempos”. ¿Que la juventud carece de principios? ¿Que no tiene propósitos? ¿Que no busca del conocimiento? ¿Que solo apuesta a lo fácil? ¿Que la ley del menor esfuerzo es la regla? ¿Que no piensa en el futuro…?
En fin, la realidad es que el mundo ha cambiado. Somos otros. Atrás quedan los recuerdos, el presente que hemos construido nos conduce a vivir el momento.
Si de algo debemos estar seguros es de que, al final, siempre buscaremos reencontrarnos con nosotros mismos y con nuestro bienestar, para tener la satisfacción de que vivimos la felicidad plena, aún a costa de nuestras propias imperfecciones.
Firmeza, decisión, caerse y levantarse, son claves de la resiliencia en la búsqueda constante del bienestar social y particular; a fin de cuentas, para algo hemos venido a este mundo.