Para amar a un signo de interrogación

Para amar a un signo de interrogación

Para amar a un signo de interrogación

Farah Hallal

Y todo lo que dije antes sobre la obediencia ciega que nos quita desde pequeños la oportunidad de pensar, viene a cuento por una razón ajena a la crianza: el cómo formamos parte de una dinámica social en la que seguimos la ruta que nos han trazado.

¿Por qué ganamos insuficiente para suplir necesidades básicas? ¿Por qué vivimos como vivimos? Lo que es a mí, me encantan los signos de interrogación.

Simplemente adoro, desde que recuerdo, ese giro interesante de un signo que, teniendo en su diseño un punto, no nos invita a detenernos. Nacemos amando los signos de interrogación, pero nos van domesticando en este sistema educativo y social diseñado para enfilar soldados que se ajusten al mundo que tenemos por conocido.

Así vamos perdiendo el interés por hacernos preguntas, porque ya para todo se tiene una definición que acaba en prejuicio. Y el ciudadano acaba comprendiendo que no merece nada. Yo también aprendí esas definiciones. Pero resulta que esta vida nos enseña sus lecciones “palte atrá”.

Algo no huele bien. Parece que el horno ha quemado el pan y no es justo que sigamos obedeciendo ciegamente a un sistema que no nos ofrece ninguna estabilidad personal, familiar ni comunitaria.

Estamos sobreviviendo cada día. Arañando para comer. Mendigando para amar. Ni la iglesia ni el Estado, con la policía y el ejército incluidos, han podido garantizarnos la paz que necesitamos. ¡No podemos ni caminar tranquilamente!

Cacarear lo mal que vamos o consolarnos pensando que en otros países están peor, ni soluciona ni ayuda. ¿Será posible volver a caminar sin miedo, confiar en los vecinos, tener un techo digno, salud, comida en la mesa y paz a la hora de irnos a la cama? El sentido común nos dice que desatender a las necesidades básicas de un ser humano es un acto de violencia. Tanto si es negligente el Estado, la vecina o un miembro de la familia.

No nacemos para tener lujos. Podemos vivir sin eso, pero no sin amor. Nacemos para dar y recibir amor. Y es esta carencia primaria la que arrastra a las otras.

Volviendo a ejercitar nuestra capacidad de amar, de interesarnos por los demás (en casa, en el vecindario, en el trabajo) podremos volver a hacer del yo un nosotros. Así que no deje de hacerse preguntas, que el mundo no está bien como está.