Papito, el Cabo King y la fiesta de las bombas (A Melton Pineda, La Bazuca de Barahona)

Papito, el Cabo King y la fiesta de las bombas (A Melton Pineda, La Bazuca de Barahona)

Papito, el Cabo King y la fiesta de las bombas  (A Melton Pineda, La Bazuca de Barahona)

Aciagos días de la fatídica década de los años 70. En pleno régimen cundió la noticia de que Papito estaba en la ciudad, que lo vieron en el parque central. Nunca salió de allí, solo se escabullía en los angostos callejones, colmados de barrancones, en el Barrio Viejo al lado del río Birán, donde una noche de luna llena la madre de éste, Doña Lupe, lo tiró al mundo.

Se vivía la época en que la juventud eufórica se convirtió en hervidero de pasión revolucionaria, y la gente, temerosa, presagiaba estallidos de estruendosas bombas caseras con la presencia de éste en la ciudad.

-Papito está aquí, lo vieron en el parque central. La noticia se propaló rápidamente.

Era una apacible mañana y algunos ciudadanos ocupaban banquetas del parque mientras esparcían sus pensamientos por el infinito. Los contertulios soñaban irse a la capital a buscar nuevas vidas y otros escuchaban, fumando un cigarrillo o un cigarro “papuché”  las canciones del momento: “Peeenaaa es lo que llevo en mi alma… “Esa maldita pared, yo la voy a romper algún día….”  “Mi canción es como un grito que le pide al cielo, ese sueño del pobre que el pobre no puede alcanzar…”

Se escucharon diez campanazos del reloj municipal y el ulular de la sirena de los bomberos marcó la hora.  Las personas se desplazaban hacia el mercado atravesando la emblemática calle Padre Billini poblada de tiendas de ciudadanos turcos, sirios y libaneses, algunos mezclados con familias dominicanas. La gente iba a hacer sus compras y otros se quedaban en la barra Paco donde consumían tostadas, leche batida o compraban Natilla.

Los negocios de los alrededores, incluyendo la “misteriosa” ferretería del chino Weng Chong desarrollaban sus movimientos cotidianos.

Los noticiarios Noti-Tiempo de Radio Comercial y Radio Mil Informando se escuchaban en radios portátiles de parroquianos mientras daban avances de las noticias del momento. La situación era tensa en todo el país. Se registraban protestas para todo tipo de demandas, desde reivindicaciones para los más desposeídos, servicios básicos y la demanda de salida del gobierno de turno.

No sé por qué, pero siempre se asoció a Papito a intempestivos estallidos nocturnos. A veces explotaban artefactos en horas del día y la gente decía que no era él. El imaginario popular lo visualiza desplazándose en horas nocturnas colocando artefactos en esquinas, solares inmundos y alejados de toda humanidad.

Decían que había estado este candente martes en las protestas estudiantiles que alborozaban el liceo. Se rumoreó que también andaba por el parque de Los Suero distribuyendo panfletos, también lo vieron en playa Saladilla bañándose tranquilamente o en los barrios periféricos al río Birán. Otros dijeron haberlo visto junto a Manuel Moquete en pleno adoctrinamiento de obreros azucareros entre retorcidos y abandonados vagones y rieles del ingenio Barahona, en el Batey Central.

Cada ciudadano decía haberlo visto en algún punto de la ciudad, a la misma hora y ataviado de la misma ropa. Le atribuían ser un escéptico cuadro del movimiento de izquierda. La gente comentaba, de vecino a vecino, “radio Bemba”, que éste era un afinado estratega político-militar que se había entrenado fuera del país. De mediana corpulencia, tez clara y semblante tranquilo, se le veía pensativo y taciturno como si siempre mirara el mar a lontananza. Vestía pantalones anchos y camisa vasta y larga. Los parroquianos creían que debajo de esos camisones ocultaba un arsenal de bombas, granadas, pistolas y otros artefactos bélicos infinitos. Se comentaba que la policía parecía temerle.

Se desplazaba a pie y solo. Atravesaba la ciudad y llegaba al parque central donde se sentaba solitario en un banco. Los habitués del parque se alejaban de los rededores, mientras comentaban soterradamente: –Ese es el tal Papito, ese hombre es guapo, ni la policía le marcha. “Más guapo que abeja de piedra”…decían.

El Cabo King quiso ser la excepción, se hizo el chivo loco y se presentó un día al parque dispuesto a apresarlo y acabar de una vez y por toda con el mito del conocido personaje. –“Qué tanto alaban a este sujeto, él se verá con la autoridad”, se dijo. El activo policía se lanzó presuroso de la bicicleta en que se desplazaba, y arma a manos avanzó hacía la banqueta donde estaba Papito. Hubo expectación en todo el sector, el chino Wong cerró presuroso su ferretería. Los otros comercios, las oficinas de Correos y del Ayuntamiento hicieron lo propio. Un grupo de jóvenes que estaba en la biblioteca municipal se apersonó a ver el desenlace.

A la vista de todos, el agente policial emplaza a Papito a que se entregue y evite la matanza. Pero éste, en un ágil y rápido movimiento saltó del asiento, haló una pistola, la rastrilló y en fracción de segundo la puso en la cabeza del Cabo King que imploró entonces que no le mate, que era un padre de familia.

Papito se desplazó rápidamente y se escabulló en el Bar María Montez ubicado al lado del parque.  Iba como “honda que lleva el diablo”. El agente policial corrió detrás y para su sorpresa, el fugitivo le esperó, pistola a mano detrás de la puerta de entrada del bar. Ante la inesperada situación, el Cabo King no tuvo otra alternativa que entregar su arma y retirarse del lugar ante el pedido hecho por el combatiente urbano.

Pasó el tiempo y la leyenda de Papito creció entre los pobladores, no era ya un supuesto, era un hombre real de carne y hueso con habilidades fuera de lo normal. Todo el mundo hablaba de Papito y del pobre Cabo King que se dejó desarmar de este aparentemente sencillo ciudadano.

La policía desplegó registros y vigilancia por toda la ciudad, en los barrios, balnearios y salidas. Hubo un minucioso despliegue policial para atrapar a este hombre indomable.

Pasó el tiempo y la ciudad volvió a una tensa tranquilidad. Nadie hablaba de Papito, ni la policía ni los ciudadanos. Solo los estudiantes realizaban protestas que la policía impedía que se adentraran a los barrios. Además, se producían unos y otros micros mítines, lanzamiento de panfletos en calles y callejones. Los obreros del Ingenio seguían recibiendo orientaciones de los grupos organizados, se trabajaba sin pausas para lograr la dictadura del proletariado: un día llegaría en que los trabajadores asumirían la dirección de la sociedad y todos, sin iniquidades propias de la democracia representativa, seríamos prósperos.

En una ocasión los estudiantes encabezados por un líder estudiantil de la época, realizaron violentas protestas que un avisado y carismático líder político, advirtió en ese entonces al movimiento estudiantil, que estas acciones eran auspiciadas por gentes del gobierno, que deseaba justificar la solicitud de préstamos a organismos extranjeros para construir liceos y obtener beneficios.

Y parece que era verdad. Un día estábamos tranquilos en plena docencia en el liceo y de sopetón entra un agente policial y comienza a pasearse por los pasillos del plantel. Los estudiantes ven esta acción y tratan de acercársele para saber de qué se trata. En eso el agente saca su arma y comienza a correr, ya a la salida del local hace un disparo. Esa acción exacerbó los ánimos y hasta ahí llegó la tranquilidad escolar.

Al otro día Papito hizo presencia de nuevo en un banco del parque central, con su emblemática vestimenta, pantalón ancho y enorme camisón que le daba a la rodilla. Se corrió la voz y la población comentó: –Papito está aquí, llegó de nuevo, ahorita comienzan a estallar las bombas.

Dicho y hecho. En la noche decenas de estallidos se escucharon por todos los rincones de la ciudad. Las olas del mar Caribe no lograban ahogar los estruendosos sonidos de los artefactos.

Luego vuelve otro ciclo de tranquilidad. Desaparecen las detonaciones y también Papito, nadie supo más de él hasta que un buen día, específicamente un sábado, pasada las diez de la mañana, el Cabo King llega en su bicicleta a la casa de don Raful, un conocido rifero de la zona. El agente policial era de confianza en la residencia y siempre iba los sábados a buscar un encargo. Como tenía confianza el policía pasó por la sala de la casa y siguió directo para el patio donde esperaba encontrar a Raful.

Pero vaya ironía de la vida, allí quien estaba, relax en una mecedora y al fondo del patio, era Papito que, cuando vio al policía, ágilmente sacó un arma y lo encañonó, espetándole: – Tú está persiguiéndome eehh, tú quieres un problema conmigo…

El Cabo King, sorprendido con la sorpresiva presencia del enigmático personaje, no tuvo más  remedio que entregar su arma a Papito, quien le pidió irse y que evite tenga en lo adelante que tenga que desarmarlo una tercera vez.