Ciudad del Vaticano.- San Juan Pablo II fue el gran promotor de la devoción a la Divina Misericordia y el Papa Francisco lo recordará esta noche en la plaza de San Pedro ante decenas de miles de personas en la vigilia de oración previa la Jubileo de la Espiritualidad de la Misericordia, que se celebra este domingo, presidido también por el Santo Padre.
La presencia de Juan Pablo “el Grande” ha sido muy fuerte estos días en Roma pues el aniversario de su fallecimiento –al atardecer del 2 de abril de 2005- vuelve a caer, como aquel día, en la vigilia del Domingo de la Divina Misericordia, la fiesta que instituyó siguiendo una petición de Jesús a santa Faustina Kowalska.
Si bien todo el Año Santo de la Misericordia tiene el sabor de San Juan Pablo II, la presencia de decenas de miles de estudiantes en Roma durante la Semana Santa ha sido un continuo recuerdo de la cita del próximo mes de julio en Cracovia para la Jornada Mundial de la Juventud.
Allí se alza no sólo el santuario de la Divina Misericordia, al lado del convento de santa Faustina Kowalska, sino también, un poco más allá, el nuevo santuario de San Juan Pablo II, que el mundo entero descubrirá este verano con la llegada de más de un millón de jóvenes.
En la línea del recuerdo, el cardenal Ángelo Comastri, arcipreste de la basílica de San Pedro, ha revelado un rasgo de heroísmo de Juan Pablo II desconocido hasta ahora. El miércoles 30 de marzo del 2005, tres días antes de morir, cuando su situación médica era ya crítica, Juan Pablo II se asomó a la ventana de su apartamento al filo del mediodía, cuando nadie lo esperaba.
Febrero de 2001: el cardenal Bergoglio, hoy Papa. nombrado cardenal por Juan Pablo II
Intentó decir algo, pero no lo consiguió. Volvió a intentarlo, sin resultado, y entonces dio dificultosamente la bendición, sin palabras, haciendo una señal de la cruz con su mano derecha. Fue la última vez que el mundo pudo verle.
El cardenal Comastri reveló que, al despertarse ese día, el Papa había comentado desde su cama “Hoy es miércoles”. Naturalmente, nadie hizo nada. Más adelante volvió a comentarlo con las mismas palabras, y lo después repitió una tercera vez.
La cuarta fue como una explosión volcánica. Con la escasísima voz que le había quedado después de la traqueotomía pero en tono muy autoritario dijo «¡Hoy es miércoles, y yo me levanto! Me levanto porque la gente ha venido, y yo no quiero decepcionarla». No fueron capaces de impedírselo.