Papá Dios no está en el Cielo, como se cree erróneamente. Está en la Tierra, nada más y nada menos que en la República Dominicana, con sus oficinas en la sede de la Dirección General de Aduanas, sita en la avenida Abraham Lincoln de esta capital.
Está por encima del bien y del mal. Para él no existen barreras, lo que él dice es Ley, Batuta y Constitución. El Poder Legislativo y el Tribunal Constitucional están ahí de adorno.
Los ingenuos que todavía creemos que podríamos salvar la institucionalidad nos sorprendemos y quedamos estupefactos al leer en la prensa que el señor Director de Aduanas (digo, Papá Dios) proclama a los cuatro vientos que llegará al extremo de desacatar o desobedecer por su cuenta cualquier sentencia del Tribunal Constitucional que sea contraria a lo que él considera correcto.
O sea, que él está por encima de los criterios jurídicos de dicha Alta Corte, cuyos jueces, aparentemente, no saben dónde tienen las narices.
Recuérdese que este mismo funcionario fue quien pretendió derogar una ley del Congreso mediante una simple resolución suya, cuando quiso ponerle un impuesto a las compras realizadas por internet.
Roguémosle a Papá Dios que no siga inventando y que se someta como todos al ordenamiento social creado por las leyes y consagrado en la Constitución.
Amén.