Con el título que encabezo este artículo hace ya más de 14 años escribí un artículo con un título similar al de este. Lo cierto es que cursé mis estudios de bachillerato en el Seminario Salesiano, entonces en Jarabacoa y el último año en Santo Domingo.
Durante dicho período, teniendo como guías principales al reverendo Padre José Brache, políglota y culto sacerdote salesiano y al ilustrísimo y también salesiano de Don Bosco, P. Mario Borgonovo y, entre otros, el P. Bartolomé Vegh, los tres fallecidos, nos pudimos cultivar más en las letras, la historia universal y las mitologías griega y romana. Desde entonces quedé fascinado por la imaginación helénica y latina.
Ahí fue que pude aprender de las deidades –dioses- y creaciones mitológicas de estos pueblos: que Cupido, hijo de Marte y Venus -los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus, se dice frecuentemente-, es el dios romano del amor y Eros el correspondiente dios griego.
Que Febo y Apolo son los dioses romano y griego de la belleza, respectivamente. Pude no sólo memorizarlos –claro, tenía apenas unos 15 años y no conocía siquiera la palabra stress, ni el bueno ni el malo-; sino que gracias al énfasis de mis maestros y otros que me incentivaron, además en la filosofía y otros conocimientos más adelante, pude captar la identificación de esas deidades fabulosas con los que esos pueblos entendían que eran sus principios, valores e ideales.
Aún conservo en mi memoria, a pesar del proceso de desmemorización que se apodera de uno cuando va cumpliendo los tas, que Flora es la deidad romana de las flores mientras Cloris es la equivalente griega; que Neptuno es el dios romano del mar y Poseidón en la mitología griega. Que Mercurio es el dios del comercio y mensajero de dios en la romana y Hermes en la griega. Que Venus es la diosa del amor, la belleza y la fecundidad romana mientras su homóloga griega es Afrodita.
Aprendí que Temis, como encarnación del orden divino, las leyes y la costumbre, es la diosa griega de la Justicia, representada con una espada en una mano y una balanza en la otra y con una venda en los ojos, mientras Iustitia es su equivalente romana, la que aparece situada sobre un león para significar que la justicia debe estar acompañada de la fuerza.
Recuerdo desde entonces que Zeus –el dios de dioses-, defensor de la verdad y protector de la justicia y la virtud, era el equivalente al dios romano Júpiter y quien tuvo con Temis a su hija Astrea. Que Zeus hizo a la primera mujer, llamada Pandora, quien, aceptada felizmente por Epimeteo, no pudiendo aguantar su creciente curiosidad para conocer el contenido de la caja que conservaba su compañero en una habitación de la casa, abrió (recuerden que hay otra versión, que da cuenta de que abrió la caja accidentalmente) la tapa para conocer y mirar lo que había dentro.
Pandora quedó sorprendida cuando escaparon, según una versión, varias plagas para atormentar a la especie humana, entre las cuales se encontraban el reumatismo, la gota, la envidia, la ira y la venganza, o que, según otra leyenda, salieron todas las bendiciones. Lo interesante en ambas fábulas es que quedó en el fondo del cofre la esperanza.
Ahora que nos cuestionamos sobre tantas realidades nacionales e internacionales críticas debemos pedirle a Pandora que no abra la caja de males, o porque el panorama de pandemias y sus consecuencias económicas y los problemas migratorios y políticos lucen algo sombríos, porque ya tenemos muchos; o porque se nos han escapado muchas bendiciones y, además, que si abre dicho cofre salga a buscar y rescate la abundancia y la gracia, para entrarla nuevamente a la urna, dejando en el mundo etéreo las imprecaciones y las maldades, como parecen llamarlas quienes a través de las redes y de algunos medios anuncian con cada mensaje la tragedia, la hecatombe, el apocalipsis.
¡No las queremos ni la necesitamos! Seamos realistas; pero sembremos esperanzas con nuestro trabajo y nuestro conocimiento para que el desarrollo de nuestro país sea posible, en la medida que nos los hemos propuesto.