Palomar, mi patria de luxe

Palomar, mi patria de luxe

Palomar, mi patria de luxe

(Del introito a mi novela “Invasión a Palomar”).

Palomar es un país ilusorio que vive plácida y únicamente en mi imaginación.

Si se quiere es pura ficción. Una república de ensueños. Una primera persona del plural, forjada y definida durante un proceso que requirió siglos de algebraica acumulación cultural, de intensa interacción social y de acopladora convivencia humana.
Más, Palomar es una patria con bandera y territorio propios.

La única cuyo escudo destaca el Evangelio de Juan, capítulo 8, versículo 32 que manda “… conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Se trata de una sociedad monoteísta y mayoritariamente adepta a la doctrina de Cristo.

Aunque ilusorio, Palomar es un país de idiosincrasia distintiva. De un sentimiento nacional puesto a prueba desde siempre, unas veces más, otras veces menos.

Con lengua materna conservada y sostenida en las más difíciles circunstancias, pese a lo cual ha engendrado, sin desnaturalizarse, los más románticos regionalismos y ha creado verdaderas joyas en el arte de Píndaro.

Palomar es pentagrama y es poesía. Pincel y cincel. Una sociedad de música y de artes diferenciadoras. De Himno propio, el más bello y motivador que se haya escrito bajo el Sol. Un país de ritmos y melodías cautivantes. De economía y moneda propias.

Una humanidad “omnicolor”, racialmente variopinta, no igualitarista, sino más bien rebelde, veleidosa y reacia al distingo.

Palomar es un país a todas luces singular. En él, el puritano tiene de vecino, casi familiar, al concupiscente más impúdico, y el honesto es amigo, a veces dilecto, del peor de los rufianes.

Palomar es un país en donde prevalecen el compadrazgo y las relaciones primarias extendidas con suma amplitud sin mucho reparar en rangos sociales ni educacionales; una colectividad en donde el tratamiento familiar es incurable y la informalidad omnipresente.

Esa patria inigualable es mi patria. La de mis mayores, la de mis hijos, la de mi familia. Y sé que es igualmente la de mis amigos.

Esa patria refulgente es nuestra eterna deuda con Dios y con un hombre excepcional llamado Juan Pablo Duarte que la ideó y la promovió. Debemos honrarla, así sea con nuestra propia vida cuando la fuerza bruta pretendiera, alguna vez, su disolución.



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