Si el presidente Abinader iniciara procesos judiciales por corrupción como hizo Balaguer en 1986, su popularidad quizás alcance niveles estratosféricos, mayores que Danilo Medina en su apogeo.
Para ello, no necesita desacreditar la economía dominicana diciendo que está en bancarrota. No es verdad ni conviene al país.
La pandemia causó una reducción del 6.2% del PIB en 2020 según estima la unidad de inteligencia de The Economist.
El riesgo soberano continúa siendo “B”, la moneda debe seguir estable por las reservas del Banco Central (apoyadas por US$6,800 millones por bonos colocados este año). Hay estabilidad política.
Aunque para fines del 2021 la deuda pública tal vez llegue al 64% del PIB, se prevé una reducción del déficit presupuestario. Los indicadores del Banco Central ni otra data disponible apoyan el aserto de Abinader sobre un país “quebrado”.
Al contrario, nuestra robustez y diversidad económica es envidiable. Para perseguir la corrupción no hace falta desacreditar al país. Tampoco es recomendable desperdiciar capital político con Abinader discurseando como candidato cuando es jefe del Estado.