En 1957, Trujillo escribió una carta al funcionario haitiano Luc Fouché, que muestra cómo detrás de la doctrina del miedo y el odio nacionalista el tirano había establecido una trama de corrupción y abusos para manejar “tête à tête”, con el Estado haitiano, una industria de trabajo forzado en el azúcar.
Dice la carta: “Estimado Señor Fouché: Pienso hoy que los resultados son bastantes concretos para que yo siga admitiendo cualquier tergiversación de parte de ellos. Dado que el señor Louis Déjoie domina completamente en el Consejo, él puede, sin dificultad, hacer que el acuerdo se cumpla.
Mis necesidades actuales son de cincuenta mil trabajadores. Quiero que usted le haga comprender que, si él duda en satisfacerme, yo haré públicos sus antecedentes, así como el original del recibo que él me firmó. […]
Esperando que él realmente quiera llegar a las elecciones, la simple advertencia que usted le hará en mi nombre lo convencerá de la necesidad de mantener su palabra”.
Trujillo “salvó” al país con la masacre de 1937, según el discurso oficial. La verdad es que, después de 1952, el tirano se convirtió en el principal azucarero y, por medio de sobornos y chantajes, en el mayor traficante de mano de obra haitiana.
Odio discursivo, negocio a dos manos y operación de poder, combinados en una fórmula magistral.
La “fusión” ha sido el nombre mitológico al gran negocio político y económico transnacional de explotar dos pueblos de un lado a otro de la frontera.
¿Quién pierde con el discurso que confunde legalidad y orden con la política demagógica del odio y la violencia irracional? Algunos creen que se tratará de los otros, los distintos o los de afuera. La historia demuestra que ante la ofensiva fascista el gran perdedor es siempre la sociedad nacional, que muerde el anzuelo para su propia destrucción.
Esos hechos recordaba ayer, 2 de abril de 2018, al recibir este mensaje de un viejo y digno hombre de Pedernales, sobre la situación de su pueblo:
“La economía bajó a su más mínima expresión, pues el comercio y los demás medios productivos dependen del intercambio domínico-haitiano.
Todo ha caído en picada, la agricultura y el comercio. Las zonas francas perdieron el mercado, obligando a los inversionistas a parar el personal.
El motoconcho quedó sin mucho ejercicio. Hay familias que apenas comen. Si Pedernales sigue como está muchos tendremos que salir de aquí, no hay quien aguante, y las autoridades durmiéndose, que ni siquiera las raciones del gobierno hay quien las ve”.
Por eso hay que leer muchas veces el Sermón de las Siete Palabras del pasado 30 de marzo de 2018:
“Tenemos sed, de dominicanos que sirvamos a la patria y que no nos aferremos al poder. Que no nos creamos que los pseudo-mesianismos políticos han resuelto algún problema.
La historia está ahí y no miente. La violencia solo genera más violencia. La paz es el fruto del amor y de la justicia. No está bien incentivar un nacionalismo rancio y barato que no toca a quienes se benefician…
Padre, perdónalos, a aquellos que promueven el odio y el rencor revestidos de falso nacionalismo o falso pudor, creando zozobra, intranquilidad y viendo fantasmas donde no los hay”.