Vale la pena tener siempre presente el planteamiento del político británico Winston Churchill, quien acostumbraba a decir que la democracia, en su esencia, era la necesidad de doblegarse, de vez en cuando, a las opiniones de los demás, sin que eso conllevase la pérdida de influencia.
Lo anterior a propósito del anuncio hecho en la noche del sábado por el presidente Luis Abinader de disponer el retiro del proyecto de Modernización Fiscal, alrededor del cual se había unificado más de la mitad de la población para rechazarlo con intensidad. Ese retiro forzoso era lo que aconsejaba la inteligencia política en la actual coyuntura que vive el país.
A la República Dominicana, aunque todavía goza de una envidiable estabilidad económica, social y política en esta parte del mundo, se le avecinan situaciones complicadas en el futuro inmediato, especialmente respecto a cómo financiar el Presupuesto General de la Nación, sin continuar la acelerada carrera de endeudamiento externo, de funesta recordación para los dominicanos. Esto costó más de un centenar de muertes durante las protestas escenificadas en abril del año 1984.
La democracia dominicana no se caracteriza por sus virtudes. Contrario a como se piensa, la democracia dominicana descansa en los partidos políticos y sus liderazgos. Y justamente, el momento llama a una concertación social y política sincera y de gran alcance, sin discriminación.
La decisión del mandatario de retirar el proyecto de Modernización Fiscal obedeció a las presiones de una clase media que salió a las calles a protestar debido a la fuerte carga económica que implicaría para sus ya mermados presupuestos familiares.
En la mayoría de los países del mundo, los segmentos poblacionales que integran la denominada clase media son los que dinamizan las economías y contribuyen a la motorización de los planes de desarrollo diseñados por las autoridades gubernamentales.
El accionar de la clase media trasciende, incluso, a lo económico, pasando a lo político, dada su capacidad de hacer opinión pública e influenciar en las masas. Ante la volatilidad del poder hoy día, inciden en ciertos actores que pueden crear las condiciones para el desplazamiento de un gobierno determinado. En esencia, se trata de la cotidianidad propia de un mundo globalizado y competitivo.
La existencia de una clase media amplia resulta un indicativo positivo, porque implica, casi siempre, la evidencia de que se ha producido una reducción de la pobreza.
En el caso de la República Dominicana, los años consecutivos de crecimiento económico, sobre todo a partir del año 2005, han posibilitado una ampliación de la clase media. Sin embargo, en la actualidad ésta se encuentra en apuros y sin perspectivas claras sobre qué sucederá en los próximos años.
La administración del presidente Abinader apostó a prácticas populistas durante el pasado cuatrienio, decisión que ha empujado un panorama económico de incertidumbre, y entre cuyas derivaciones estará que la población pague los platos rotos. El problema del populismo resulta complejo y perjudicial.
Esto así porque genera consecuencias adversas, debido a que en la mayoría de los casos carece de fundamento y termina acarreando déficits institucionales que impactan negativamente a la democracia. Generalmente, los populistas no escuchan las voces sensatas, bajo el entendido de que se contraponen con sus aspiraciones y expectativas.
La concertación de un pacto político y social resulta más útil para el Gobierno que la mayoría congresual y municipal que obtuvo en las elecciones celebradas este año, como premisa válida en el propósito de garantizar la gobernabilidad en el cuatrienio 2024-2028.
Ahora no se requiere de avasallamiento, sino de paz política y social.