Las vacaciones de fin de año con mi esposa y mi hijo en Englewood, donde hace una especialidad en medicina interna, me han dejado con un cuarto nieto, este el único de cuatro patas.
Es un bellísimo pastor australiano con una mirada que enamora y dan ganas de aprender a ladrar para responder sus cariñosos saludos.
Paco es una fiesta.
El apartamento no basta para que descargue todas sus energías de cachorro y hay que recordarle varias veces al día que él no es el macho alfa de este hogar. Esta mañana abrió la puerta a mi habitación y saltó en la cama dándome el susto de mi vida; parecía que soñaba con un lobo feroz comiéndome, pero eran sus buenos días perrunos.
En vísperas de regresar a Santo Domingo, siento pena por dejarlo pero me alegra que su compañía reconforta a mi hijo cuando no estamos en su casa.
Antes de llegar mis reales tres nietos de mi hijo mayor, hace años teníamos seis bichones habaneros en casa. Había olvidado cuánto se quiere y se sufre a la vez la compañía de un perro inteligente y travieso. Paco es una fiesta. ¡Uy, qué resaca!