
“Arrecian apagones en casi todo el país y surgen protestas”, leo en un periódico. Otros traen noticias similares.
Y como si fuese una burla, el zar fuñéctrico se despacha diciendo que hay “complicaciones” por el calor y la salida de varias generadoras, entre ellas su Punta Catalina (por otro de sus frecuentes paros por pinches de calderas, deficiente mantenimiento o inesperados fallos).
Es casi alucinante que referirme a la responsabilidad impune de este funcionario es calificado por sus áulicos y paniaguados como un ataque personal. Razones de reciprocidad no me faltan, pero no, no puede alegarse que sea personal una crítica al resultado inocultable del más impopular empleado público del último lustro.
Su desempeño, incluidos el costo al erario en subsidios y a la nación por encarecimiento e ineficiencia de las operaciones empresariales privadas, casi reivindica que la corrupción eficiente cuesta menos al Estado.
Al único otro a quien podría atribuirse el fracaso actual y agravada quiebra de las EDE es al que lo puso y no lo quita, tras cinco oscuros años y cómplice silencio de la cúpula gremial empresarial. Pero los éxitos del presidente Abinader en otras áreas, según comenté el martes pasado, evidencian que el problema no es el jefe del Estado, sino su deficiente funcionario, tenido por algunos como genial empresario muy exitoso.
Lo peor de tanta oscuridad en el sector eléctrico es que, como nada excepto Dios es eterno, el día que el país se libre de este inatacable señor la culpa de sus genialidades la cargará Abinader, mientras los socios y amigos del cesáreo jefe fuñéctrico lo aplaudirán como a un héroe por su “sacrificio” como servidor público. Mientras tanto, ¡que siga la fiesta! (…que oscuro se baila “pegao” y quema mejor).