Osadia, desconocimiento, maldad

Osadia, desconocimiento, maldad

Osadia, desconocimiento,  maldad

Roberto Marcallé Abreu

Cuando medito en los hechos presentes, no dejo de pensar en mi novela “Esquivos rostros de mujer” que vio la luz hace tres años y que he vuelto a releer. La frase “El horror cruza el umbral”, define la historia.

Un momento crucial es cuando la figura fundamental de la trama descubre “la existencia de ese otro mundo donde habita gente de instintos asesinos, inusitada crueldad y de un grado de deshumanización que no conoce límites. La maldad, al acecho, hace acto de presencia”.

¿Qué lección nos dejan estas palabras en las circunstancias cruciales que vive el país? Porque la sociedad dominicana ha sido arrastrada a una situación sin precedentes. El proceder de los culpables de esta tragedia nos provoca una profunda sensación de horror y desasosiego.

Nada ha quedado al margen de esta ola avasalladora de corrupción y degradación que se agiganta con cada nueva noticia.

En esta novela, que vio la luz en el 2017, una dama que detenta el poder ejecutivo se cuestiona sobre las consecuencias de una situación parecida a la descrita, y cómo proceder ante estos hechos.

“Permanecía en ocasiones sola en aquel inmenso despacho impregnado de remembranzas históricas y se sentía remotamente extraviada. Demasiados asuntos la comprometían. Y era tan escaso el tiempo para asimilarlos… aparte de la soledad, pensó. Del silencio. Otra vez esa sensación de extrañeza. Porque no eran ciertos ni la soledad ni el silencio.

“Tras el muro de la realidad apremiante, miles de rostros la observaban. Manos abiertas levantadas, manos que podían transformarse en puños airados. Y estaban esos rostros en las sombras, observándola. Sin pestañar. Cada uno de sus pasos. Quizás elaborando, inquietos: ¿qué pensará hacer? El ruido era enorme. Que ella no lo escuchara era otro asunto. Pero sí escuchaba. Y muy atentamente. Aunque no se dejara ensordecer”.

Debido a la complejidad de la situación, prosigue el texto, “no podía darse el lujo de dispersarse. Las raíces eran profundas. Demasiadas cosas diferidas. Era imprescindible meditar cada paso, no precipitarse, no dejarse arrastrar por los imperativos de la voluntad, porque sabía, desde hacia tiempo, que en lo menos sutil asomaba una ardua telaraña de intereses y fatalidades de inmenso riesgo”.

“Sintió que una pregunta que se acababa de formular poseía un trasfondo mal disimulado. Las dudas, una rara contrariedad, una inquietud, tomaron por acometida su mente. Y después aquellas miradas furtivas. Mientras se duchaba, insistió en hacerse el cuestionamiento que era esencial para comprender su conflictivo entorno: ¿existía algo desconocido? ¿De qué podría tratarse?

“De alguna manera los años transcurridos la habían endurecido y esa coraza, lograda gracias a los embates de la existencia, la distanciaba de los demás, pese a su circunstancial empatía, a su capacidad de compenetración.

“Se esforzaba por mantener transparente el horizonte, impedir que sus esfuerzos, su perspectiva, su mirada, su dedicación, enturbiaran y obstaculizaran los auténticos designios, esos que eran el norte de su vida, a los que había dedicado tiempo y sacrificios”.

El ambiente, definitivamente turbio creado por la administración derrotada en agosto del 2020 nos obliga a mantener los ojos abiertos y proceder con absoluto rigor y energía ante una clase de personas que ha demostrado una ignorancia absoluta para asimilar los limites de los propios hechos, las presentes circunstancias y las consecuencias de sus repudiables actuaciones.



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