El magistrado Francisco Ortega, a cargo de la instrucción de los casos de supuestos sobornos distribuidos por Odebrecht en el país, no necesita que nadie le defienda, porque su trayectoria es una bien estructurada “storydoing”, como diría mi amigo Melvin Peña, consultor en comunicación e innovación.
La fuerza de los hechos habla por él, se impone a las palabrerías de insensatos que tratan de descalificarlo buscando estamparle bandería política y es un valladar contra la probable temeridad de abogados que pudieran intentar recusarlo.
A Ortega le conocí en los felices años 90 del siglo pasado en la redacción del periódico Hoy, donde interactuamos muy de cerca con el perspicaz director Mario Álvarez Dugan (Cuchito), aprendíamos de la discreción y la templaza de Nelson Marrero, entonces jefe de redacción, y del repentismo inteligente de Ángel Barriuso, jefe de información.
En principio yo trabajaba “temas especiales” con el director, que generalmente iban a portada. Luego fui asignado a la sección de economía como subeditor cuando llegó al diario Bienvenido Álvarez-Vega, hoy director.
En ese tránsito por el rotativo de la San Martín compartí estrechamente con Ortega, aunque nos concentrábamos en áreas distintas, muy entregado él al desarrollo de la Esquina Joven, su creación, un auténtico foro presencial, participativo y plural de debate sobre los temas que inquietaban a la juventud.
Su columna “Lanza en ristre” era brillante y parecía escrita por un señor mayor.
Mi cercanía con Ortega, que implicó muchas horas de diálogo, libros compartidos, comidas, intercambio de historias personales, chistes, risas, me hizo conocerle a fondo, observarle desde la perspectiva de Thomas Hobbes, a quien entonces yo leía mucho y de quien aprendí a prestar tanta atención a la lectura de la naturaleza humana como a los textos.
Ortega tiene un carácter de origen, desde mi óptica invariable, determinado por la ética, la equidad, la discreción, la disciplina, el método, la persistencia, la transparencia, el conocimiento, el análisis, la reflexión, los resultados, la trascendencia.
Aun en la distancia relativa que nos separa –debido a los distintos caminos profesionales que tomamos- sé que nos seguimos y nos observamos con interés y admiración mutua.
El pasado jueves fui a la Sala Augusta de la Suprema Corte de Justicia a verle actuar.
Lo hice de lejos y de manera prudente. No espero otra cosa de Ortega que no sea el apego estricto a la ley y decisiones acorde con las pruebas en sus manos, aunque no sean simpáticas ni populares. Así obra un buen juez, y Francisco lo es.