Orlando

Han corrido más ríos de tinta que de sangre desde que las izquierdas perdidosas de 1965 inventaron un panteón de falsos héroes y mártires que reciben mayor culto por esas insignificantes minorías que muchos auténticos próceres.

Uno de los más emblemáticos casos es el del asesinado periodista Orlando Martínez, la mayoría de cuyos lectores y admiradores desconocía —porque nunca lo confesó— que era dirigente de un partido comunista financiado por Moscú. Tenía talento, inteligencia y timbales que desperdició aspirando a convertir al país en otro paraíso proletario como Cuba.

Su asesinato por militares lo atribuyen a intolerancia del gobierno de Balaguer, pese a que Orlando fue advertido por el propio presidente y destacados funcionarios amigos suyos, del enorme riesgo de enredarse en chismes e intrigas de guardias al tomar partido con Nivar Seijas contra el grupo militar contrario de Pérez y Pérez.

Nada excusa el torpe e innecesario asesinato, pero asombra la leyenda o mito, como si a Balaguer sus resentidos enemigos le tiraban flores y bendiciones.

El pueblo dominicano ha rechazado reiteradamente a quienes, tras perder en 1965, 1966 y las siguientes elecciones, sueñan aún con convertirnos en otra Cuba.

Al cabo de medio siglo, es claro que reales héroes fueron quienes en esos años asumieron otros riesgos, para crear bancos, universidades, patronatos y gremios, zonas francas, turismo, agroindustria, minería, telecomunicaciones y demás pilares empresariales del país, imposibles en la patria que soñaba Orlando.