Lo efímero de cualquier gloria es conocido desde antes de Bizancio, pero pocas veces es tan dramática la fugacidad como cuando la perpetra su dueño.
Elon Musk, cuya excentricidad adinerada le permite matar al pajarito de Twitter, cambió un ícono estimado por una X, incógnita a ser despejada. Ha degenerado, como coliseo con exceso de troles, bots, incordios y narcisistas, cada vez menos agradable.
Quizás en ningún otro ambiente haya más incordios intolerantes que en las redes sociales al opinar sobre política. El juicio o valoración que se forma una persona respecto de algo o de alguien, o sea la opinión, muchas veces depende de tantas variables, perspectivas o emociones, que muy pocas resultan estáticas o inmutables.
Además, ¿qué cojollo debe molestar a otro algo tan inocuo como una opinión? Hasta la opinión pública, el conjunto de apreciaciones compartido por la ciudadanía, varía grandemente como demuestran las elecciones o plebiscitos. Aferrarse a yerros es más peligroso que aceptar nuevas perspectivas.