La opinión pública y la necesidad de que el pueblo haga suyos los medios para mandar y tener el poder, siguen siendo debatidos.
La ciudadanía, política siempre (Procacci), responde a una estrategia de crear ciudadanos mediante prácticas y conocimientos para disponer políticas públicas de desarrollo humano y bienestar, producto del pensamiento y acciones colectivas, que no respondan únicamente a los mandatarios que se creen viviendo en una “democracia delegativa” (O’ Donnell), en la que los representantes deciden actuar por sí solos en nombre de los representados.
Aún con avances, aquí no existe una genuina opinión pública.
Es opinión publicada. Cuando se requiere su presencia aparecen distorsiones de la libertad, la igualdad, la justicia y la pluralidad, de la mano del neoliberalismo y la globalización (Fernández Hasan) y la llamada massmediatización de la cultura.
Para que haya opinión pública, la ciudadanía debe activar sus dispositivos de defensa, fundamentalmente cuando los valores democráticos son distorsionados por quienes creen ser sus titulares.
El Estado democrático de derecho es más que una estructura normativa, supone la existencia de una serie de mecanismos que tienen por objeto la expansión y consolidación de los resortes protectores de la libertad.
El de la soberanía popular es un presupuesto que da contenido a la democracia mediante la creación del derecho, el consenso en las decisiones políticas, separación, distribución, limitación y control eficientes de poderes, independencia del mandante respecto del controlado, libertades individuales y derechos sociales, pluralismo partidario, alternabilidad en el poder, responsabilidad de gobernantes, régimen de garantías y relativización de los dogmas oficiales (Vanossi).
Muchos de los que detentan el poder, los poderes fácticos, los medios y redes procuran amoldar el pensamiento de los gobernados, rompiendo con principios democráticos (participación ciudadana, real y plural en formulación de políticas públicas), constituyendo esto una degeneración del pensamiento y acción democráticos.
Es pobre aún nuestra opinión pública. Quienes tienen el poder no sólo están en el gobierno, lo acompañan, obran en sus sombras o esperan su oportunidad, desnaturalizándola, y disfrazando intereses para alcanzar el poder de representación delegada, independiente de la voluntad popular y sin control (Quiroga).
Debemos persistir en la formación de conciencia para crear la verdadera opinión pública. Sin esta no habrá desarrollo sostenible y muchas prioridades gubernamentales estarán determinadas por quienes apuestan al vacío de esa fuerza transformadora y potente.