“Las únicas palabras que merecen existir –decía el viejo Onetti–, son aquellas mejores que el silencio”; aunque era una mentira suya, las atribuía a un proverbio chino, que en realidad, “nadie sabía ni nadie supo”. Juan Carlos Onetti, escritor del Uruguay, es el mismo que nació en Montevideo (1909) y murió en Madrid un 30 de mayo de 1994.
Es el escritor de perenne presencia en América Latina; él es el intelectual más honesto, realista y existencialista que jamás hayamos conocido, porque en la vida moderna, la conducta humana ha dejado atrás el sesgo del existencialismo, y se ha perdido la sensibilidad y la inteligencia.
Por eso, quizás, los políticos deshonestos desprecian a Onetti, quienes les están dando al mundo vueltas sin rumbo, sin una mera idea de que la reflexión va a remolque de las cosas y, sobre todo, que en la vida hay que encarar todo, antes de cambiarlo.
No imagino a Juan Carlos Onetti viviendo en estos lares del Caribe. Menos esperar que nuestra gente pública sea paciente, pacífica o perezosa, al estilo del escritor, quien enfermó de literotosis (enfermedad de los que sucumben a aspirantes a escritores).
La verdad de su literatura está en la falta de énfasis de los hechos comunes de la vida. De ahí surgió su verdadero existencialismo, que irrigó la cultura latinoamericana, y la necesitamos para poder vivir, sobre todo en estos tiempos de falacia política y social.
Mi contribución a la celebración de la Feria Internacional del Libro (2019) que celebramos al unísono, en honor a la muerte de Miguel de Cervantes y Saavedra, un 23 de abril, en todos los países hispanoamericanos, la quiero hacer recordando a este magistral novelista latinoamericano, que sufrió mucho y que fue “un poco parecido al fantasma de aquel manco desvalido, preso por deudas”.
Estoy convencido que para hacer literatura los jóvenes tiene que leer a Onetti, pues la lectura de sus libros tensan nuestros circuitos cerebrales y modifican nuestra forma de deleitar la ficción.
Ganó el Premio Cervantes en 1980, y en su discurso de aceptación y de agradecimiento consideró la obra de El Quijote fue un “ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad”.
En España le sobrevino el Cervantes y la gloria que anhela todo escritor, pues, según él, lo había perdido todo al salir de Uruguay.
Apeló al sustantivo inmediato que debemos buscar en las páginas de Don Quijote, además de poesía y de la estética: la libertad. Decretó la lectura obligatoria de “El Quijote de la Mancha” (1605), por su experiencia de escritor que vivió bajo la libertad, luego su escasez, y también su ausencia.
La preocupación de la libertad es que el mundo será mejor si lo habitan hombres sensibles e inteligentes. Toca a los gobernantes evocar a Cervantes y dejar en paz a los escritores.
Concluyó su discurso con la vieja frase latina: “Ubi Libertas lbi Patri” (Donde está la libertad está la patria).