Corría el decenio de los años ochenta, época fértil para la canción romántica en la República Dominicana, tiempo, entre otros artistas, del gran inicio de Juan Luis Guerra, la gran Maridalia Hernández, José Antonio Rodríguez, Luis Días, Hansel, Omar Franco, Jackeline Estévez, Olga Lara, Cheo Zorrilla y de la década dorada del merengue.
Lamentablemente, es el nuestro un país que no valora lo suyo, o no tiene idea de cómo hacerlo. En cualquier otro donde las artes no estén en manos de una clase más preocupada por sus intereses crematísticos, de bullanga y jarana, que por la calidad de las expresiones artísticas, voces prodigiosas como las de los baladistas Hansel y Omar Franco hace tiempo que las hubieran proyectado como se merecen.
Con toda honestidad, no creo que haya habido incompatibilidad entre haber promovido nuestra balada de los ochenta y el género del merengue, y más cuando la primera dio muestras, entre sus más destacados representantes, de grandeza artística, que de haber traspuesto otros mares, a buen recaudo que otro fuera el gallo que ahora cantara, y no exactamente, para decirlo con Shakespeare, con su voz de trompeta de la noche.
Luego se impuso el mercado de las disqueras con objetivos bien definidos de promover principalmente el género del merengue, la avidez de la denominada “payola”, y de sobra, el deprimido concepto de arte del “Aquí haciendo merenguitos pa’ comé”, que se llevaron a su paso lo que pudo haber sido la proyección del buen canto en la RD, hasta el grado de reducirlo al olvido, si no total, casi por completo.
Voces privilegiadas como las de Hansel y Franco recuerdan las de Nino Bravo y Juan Bau en España. Escucharlas con detenimiento en este punto del tiempo, no deja de ser un grito que le puede deshojar la rosa a cualquier viento por la cumbre que alcanzaron en la historia de nuestro canto, tan altas, aquellas, que sus tímidos promotores, puede que alguna vez las hayan oído, sí, pero que nunca habrían escuchado.
Y cual si casi rugieran, esta vez inexplicablemente heridas en el recuerdo, siguen imponiéndose como quiera las voces y las letras de “Niña de fuego”, “Después de mí” (ambas de Hansel) y “Qué más pides de mí” (de Franco). ¿Cómo es posible, ¡por Dios!, que esas voces hayan corrido la suerte que ahora les ha tocado? Es injusto.