Cuando se revisa la difícil y compleja cotidianidad de nuestra existencia como país, no es difícil sentirse abrumados y desconcertados por la suma de desafíos, sucesos impactantes y situaciones complejas que debemos enfrentar como ciudadanos preocupados por el destino individual y colectivo.
No se trata, por supuesto, de una realidad que nos afecta de manera exclusiva. Coexistimos en un mundo cuyas eventualidades nos trascienden, y se prolongan más allá de nuestros ámbitos. La realidad por la que atraviesa la humanidad es equiparable a un gran teatro cuyos actores nos sumergen en el desconcierto, la confusión, la irresolución cuando no en el caos absoluto.
Es forzoso preguntarse si cuanto ocurre es consecuencia de la realidad propia de la condición humana o si se trata de que compartimos un abanico de circunstancias originado en el diseño de mentes y propósitos que mueven los hilos tras el escenario para crear imágenes acordes con sus propios fines e intereses.
Hay muchas conceptualizaciones. Lo definitivamente cierto parece ser que lo accidental o casual han ido diluyéndose en la lejanía. Si tocamos el tema de ciertas teorías orientadas hacia el logro de específicos propósitos es fácil deducir numerosas variables lo suficientemente definidas y explicitas y, peor aún, sobradamente convincentes sobre este escenario.
Considerar a estas alturas, y pongamos un ejemplo crucial que la epidemia del Covid 19 se debió a eventuales errores de laboratorio, no parece razonable.
Resulta imprescindible analizar lo acontecido posteriormente y los intereses involucrados (quiénes se benefician, quiénes se perjudican) para descartar de plano el aspecto casualidad o el reiterado y vano pretexto de “error de laboratorio” en este trágico y mayúsculo evento que afectó de forma brutal a toda la humanidad y cuyas víctimas se cuentan por millones sin considerar los cambios drásticos y trascendentes que provocaron en la sociedad humana.
Coexistimos en un mundo en el que, en principio, es preciso descartar las “casualidades” o accidentes. La inteligencia humana, los intereses, los apetitos, muchas realidades que sencillamente desconocemos son variables a considerar en este estado de cosas.
Quien revisa despacio los medios noticiosos y posee la paciencia, la formación y la capacidad de establecer relaciones y vínculos, observará cómo se transparentan realidades que, en principio, era fácil atribuir a la casualidad, lo accidental, o sencillamente al destino.
Mucho me atrevería a corroborar que la casi totalidad de cuanto sucede a nivel particular o general, es consecuencia del diseño, de la elaboración, de la conspiración. Existen «manos maestras» detrás. Las casualidades o “accidentes” pertenecen a un ámbito en vías de desaparición.
El tiempo y la observación detenida de los fenómenos y la conducta humana, la validación de apetitos, creencias, poses de dominio y trascendencia ocupan los lugares prioritarios en la sucesión de eventos que nos abruman a todos los niveles.
Se puede asumir una actitud de alerta quizás para no dejarse sorprender. Solo que de ninguna manera tal postura sería suficiente si se aspira a tener un mínimo de control de cuanto nos ocurre o de cuanto ocurre en nuestro entorno y más allá.
Una de las grandes producciones cinematográficas de los últimos tiempos, por supuesto que su director es una inteligencia privilegiada por decir lo menos, posee un título sumamente enigmático y, a la vez, muy esclarecedor: “Ojos bien abiertos”.
Es la única postura válida ante un mundo desbordado por hechos, situaciones y acontecimientos que no tienen su origen en eventualidades accidentales, sino todo lo contrario…